102-Escapar no es el final. Por Quahog

“Creo que no me queda mucho tiempo. No tengo ya esperanza alguna de salvar mi cerebro casi muerto. Mi corazón se detiene lentamente, igual que el tiempo que no pasa. Las agujas del reloj marcan el compás al latir de mi cuerpo. Pronto todo habrá terminado, pronto mi vida se detendrá, pronto el engranaje del reloj se parará para siempre.”

 

         Era lunes, como siempre me había levantado con la intención de pasar un día productivo en la universidad, y como casi todos los días últimamente, había renunciado a mis planes en favor de dormir unas horitas más. Mi nuevo horario estaba acabando conmigo. Nunca había soportado madrugar, pero en los últimos meses se había convertido en un serio problema.

 

         Al abrir los ojos por segunda vez ese día el remordimiento se apoderó de mí. Me vestí, cogí mis libros y empecé a caminar. Al llegar a la biblioteca observé atónito que no quedaba ni un solo sitio libre para mí. Recordé que, aunque en mi mundo no lo pareciera, estábamos en época de exámenes. De repente sonó una extrañísima melodía que resultó ser el tono de mi teléfono móvil. Era Laura. Al explicarle mi situación, me invito a pasar por su casa, ella también tenia que estudiar.

 

         La casa de Laura estaba situada en medio del barrio de Gracia. Era una finca muy antigua pero  bien conservada. Las paredes estaban pintadas de un color rojizo que a todos entusiasmaba, aunque a mi me parecían paredes manchadas de sangre.

 

         Al entrar, me alivió no ver al portero. Era un tipo delgado y alto, y por alguna razón no soportaba mi presencia. Su saludo mas cordial era “¿otra vez por aquí?, había empezado a pensar que hoy me libraba de ver tu cara”. Subí los cuatro pisos que separan el suelo de la casa y llamé a la puerta. Laura alineó sus ojos con los míos y me quitó la chaqueta. Los ruidos de la cama me recordaban a los de la litera de mi abuela, donde dormía en ausencia de mis padres. Aunque disfrutaba con  mis relaciones sexuales, a veces un horrible pensamiento ocupaba mi mente. La cara de otra persona, casi siempre de un amigo, se fundía con la mía, y ahí estaban ellos, disfrutando cada átomo de placer, y ahí estaba yo, en un rincón, observando la escena.

 

         De camino a casa el cielo se nubló. Ya era casi de noche, pero podía notarse en el ambiente que una gris capa de nubes cubría el radiante sol. La lluvia no tardó en llegar. Empecé a correr en busca de refugio. No se muy bien como, llegué a un callejón donde la escalera trasera del mas viejo de los edificios de Barcelona me sirvió de porche. Me senté con la esperanza de que la lluvia fuera pasajera. Ni una nube se había atrevido a cubrir la ciudad en todo el día. Enfoque el cielo con mis aun jóvenes retinas, y al reestablecer suavemente mi postura me encontré con los ojos de una mujer a escasos centímetros de los míos. Mi espanto fue tal que quise levantarme y correr, pero por alguna razón ajena a mí me quedé sentado sin moverme. La mujer se rió a carcajadas para parar repentinamente unos segundos después. Giró mi cabeza hasta dar con sus labios en mi oreja, y con un hilo de voz me dijo:

 

“No estás aquí por casualidad. Eres el único responsable del veneno que corre por tus venas. Todos lo sois. Has elegido el camino equivocado y ahora es demasiado tarde. Corre todo lo que puedas, hasta agotar el ultimo de tus latidos, luego mira atrás y llora.”

 

         Al terminar la última de sus palabras paró automáticamente de llover, cogió su carro lleno de ropa, encendió el casete que entre cartones se escondía y empezó a caminar alegremente hacia la oscuridad de la noche.

 

         Aunque no di mucha importancia a las palabras de aquella mujer, un terrible escalofrío recorría mi mente al recordar sus ojos de un negro infinito.

 

         Al llegar a casa observé que nadie había fregado los platos, y que el único que quedaba limpio tenía como función recoger las gotas de agua que del estropeado frigorífico se escapaban, así que decidí irme a la cama. La verdad, no se si por mi inesperado y misteriosos encuentro, o porque hacia días que no me levantaba antes de la tres pero no tenia apetito alguno. Al quitarme los pantalones no pude evitar notar un extraño bulto en el bolsillo posterior. Cuando metí la mano noté un calambrazo, como si me clavaran la más pequeña de las agujas. Al sacar el misterioso hallazgo, vi que se trataba de una bola de metal de dimensiones insignificantes. No recordaba haberla metido allí, ni siquiera creía haberla visto antes.

        

         Al acercármela a los ojos una confortable sensación de ensoñación se paseó por mi cuerpo. El color gris de aquella bola no paraba de insinuar formas y colores de una luminosidad inigualable, para al instante recordarte su homogeneidad e insignificancia. Me tumbé en mi escueta cama, y hipnotizado por la belleza de aquella redonda pieza imantada me dispuse a dormir.

 

         Esa noche soñé como nunca antes había soñado. Los coches de la gran ciudad se habían convertido en pequeños impulsos eléctricos que transportaban energía desde  los dedos de mis pies hasta al cabello mas alborotado de mi pequeña cabeza. Me sentía lleno de vida, con fuerzas para aguantar todos y cada uno de los días de vida que aun me quedaban por delante.

 

         Por la mañana me vestí, cogí mis libros y crucé la puerta, no sin antes advertir una picante sensación. “Estoy seguro de que me olvido algo”.

 

         Llegué en punto a mi clase de cine, algo inédito hasta el momento. Una estúpida sonrisa se había apoderado de mi cara, y un ánimo sin precedentes me impulsaba a bromear y charlar con mis compañeros de clase. De camino a casa me sentía feliz, tan feliz que me asusté.

 

         La sopa estaba tremendamente caliente, pero no me importaba. Tenia prisa por terminar mi plato, la verdad no se muy bien porque, ya que tenia la tarde completamente vacía. Al acabar entré impulsivamente en mi habitación y me tumbé en la cama con los apuntes a mi lado. Un pinchazo agujereó mi espalda. La bola que había encontrado la noche anterior seguía entre mi desecha cama. Al contacto con su frío metal, una agradable sensación de sopor se adueño de mí, y toda mi ansiedad se transformó en tranquilidad. Pasé la tarde ensoñado y imaginando un mundo mejor. Sin preocuparme por todas las neuras que normalmente inquietan mi día a día.

 

         El horrible sonido de mi teléfono móvil me sacó de mi estado hipnótico. Laura me dijo que llevaba diez minutos tocando el timbre. Me excuse diciendo que estaba con los cascos puestos, aunque en realidad solo el mas puro de los silencios me había acompañado durante ese tiempo.

 

         Estábamos desnudos. Laura encima de mí. Era principios de enero, pero con  solo el calor de nuestros cuerpos insinuándose nos bastaba para sudar como pocas veces antes. Un desproporcionado éxtasis amenazaba con su presencia cuando inconcientemente giré mi cabeza. Allí estaba la bola, en una estantería pegada a mi cama, mirándome fijamente, susurrando, insinuando. Un grito me devolvió al mundo real. Laura se había ido.

 

         A la mañana siguiente me desperté sereno, confiado de mi mismo. Era sábado, y había decidido ir al centro en busca de algunas películas. Al bajar las escaleras noté que mis piernas no tenían la fuerza de costumbre. Parecía como si los escalones hubieran agrandado su tamaño, al tiempo que mi cuerpo  ganaba peso exageradamente. Al salir a la calle el viento rozo mi cara, pero la brisa parecía quemar mi maltrecha piel. Cuando empecé a caminar me di cuenta que mi ritmo era ligeramente inferior al del resto de la gente. Todo el mundo me adelantaba por izquierda y derecha. Intente acelerar, mi cerebro lo ordenó con todas sus fuerzas, pero mis piernas no se dieron por aludidas y continuaron su parsimoniosa marcha.

 

         Aunque mi recientemente extasiado animo me invitaba a la despreocupación, no pude evitar asustarme terriblemente. Decidí regresar a casa. Una vez dentro fui al baño a darme una ducha con la intención de refrescar mi curiosamente sobresaturado cerebro. Al terminar me encontraba mucho mejor, y aunque era un muy pronto, decidí tumbarme en mi cama y reposar. Allí estaba la bola, justo donde la había dejado. No se muy bien porque la cogí, la acosté en mi mano y cerré fuertemente mi puño. Al cerrar los ojos suspiré aliviado, como si nada importara todo estaba en calma.

 

         El sol entró en mi habitación dibujando una perfilada silueta en mi cara. Era Laura.

 

– Llevo tres días llamándote. ¿Donde te has metido? Ayer estuve abajo llamando al timbre durante media hora. Suerte que hoy el portero me ha podido abrir la puerta, estaba muy preocupada.

 

         Sin salir de mi asombro miré el reloj. Era miércoles.

 

-¿Que te pasa? ¿Te encuentras bien?

 

         Sin darle a Laura ninguna explicación convincente la invité a que se marchara. Un terror agudo invadió cada nervio de mi cuerpo, impidiéndome reaccionar. La bola de metal seguía en mi puño. Abrí mi mano para que apuntara hacia el cielo y la giré lentamente ciento ochenta grados, la bola no se inmutó, estaba como pegada a mi piel. Después de unos bruscos movimientos de muñeca se cayó al suelo sin rebotar.

 

         Me vestí rápidamente y bajé las escaleras. No sabía muy bien que hacer. De repente vino a mi mente el rostro de aquella mujer. Intente recordar sus palabras, pero me fue imposible. Me dispuse a regresar al callejón donde días antes había topado con ella. Al intentar girar el pomo de la puerta principal del edificio una poderosa fuerza me lo impidió. Tuve que esperar a que un vecino, sin ningún esfuerzo, lo hiciera por mí. Empecé a caminar nerviosamente, abducido por mis pensamientos, hasta que al cabo de unos segundos tuve la sensación de que una extraña corriente me impedía avanzar. Advertí que estaba caminando hacia atrás sin darme cuenta. Cada paso que daba me arrastraba de nuevo hacia mi casa, sin que yo pudiera remediarlo.

 

         Sin quererlo, me encontraba de nuevo en mi habitación, al lado de aquella bola maldita.

 

         Un estado de profunda confusión se apoderó de mí ser. Ninguna idea racional conseguía explicar mi situación. Miré mi reloj, sus agujas parecían estar dormidas, giraban lentamente, casi sin pasar. Desesperado por la cuenta atrás en que se había convertido mi vida decidí acabar con aquello. Me dispuse a coger la bola que aun permanecía inerte en el suelo para lanzarla por la ventana lo más lejos posible. Cuando la agarré noté como su peso se había incrementado desproporcionadamente, tanto que era imposible moverla del sitio.

 

         Después de horas luchando contra su atracción infranqueable noté como mis fuerzas llegaban a su fin. Me senté junto a ella y escuché él cada vez mas lento latir de mi corazón.

4 comentarios

  1. Lo de la «bola», si no me equivoco, es una reminiscencia de un cuento de Jack London… Por lo demás, si en dos mil palabras de su historia necesita recurrir al sexo, no llegará a ser escritor…
    Suerte…

  2. A mí me parece que el sexo encaja bien en la historia, no tiene porqué tratarse de ningún tipo de recurso. Personalmente me ayuda a entender la obsesión que la bola causa en el chico…
    Y tú, el de arriba, pedante…

  3. Agobiante, asfixiante, casi claustrofóbica. Terrible la idea de caer en la cuenta de que el futuro está ligado a un objeto que no nos va a abandonar. La deseperación por no poder controlar el destino. Suerte.

  4. Atrapado en sus obsesiones, en un relato onírico. Felicidades Quahog

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