164- La tormenta. Por Dimitri

Como una especie de percusión totalmente arrítmica, un leve repiqueteo comenzó a sonar en la calle, prefacio de lo que se avecinaba. Pasados unos pocos segundos, los proyectiles de hielo que caían del cielo empezaron a hacerse perceptibles a la vista.

Los primeros impactos que salpicaron el suelo en un primer momento fueron medianamente suaves y separados los unos de otros. Pero en tan sólo un par de minutos comenzó a granizar con tal violencia, que bien parecía el sonido de metralla golpeando el metal de un blindado.

La gente empezó a correr. Huían despavoridos como si un demente hubiera comenzado a disparar en mitad de la calle, y lo cierto es que la situación no distaba mucho de ser así. El hielo caía sobre los coches de manera despiadada, dejando picada la chapa de los vehículos.

Él se encontraba en mitad de toda esa gente. Les vio comenzar su frenética carrera, cada uno hacia el lugar que más apropiado le parecía para guarecerse de la infernal tormenta que acababa de sacudir el plácido verano.

Sus piernas se tensaron para echar a correr detrás de toda esa gente pero, en ese mismo instante, su mente frenó en seco. Se paró a pensar por un segundo. Era curioso cómo la gente huía. Huían de los impactos, del dolor, de las heridas, de la sangre. Tanto en aquel momento como durante la totalidad de sus vidas.

Ese pensamiento fugaz fue el que le hizo quedarse quieto. Se paró. Permaneció estático bajo una lluvia de proyectiles que podía destrozarlo literalmente. Pero escogió no moverse ni un ápice, se mantuvo en pie mirando al frente y esperó lo inevitable.

La tormenta alcanzó una virulencia atroz, y los trozos de pedriza comenzaron a golpearle. Los primeros lo hicieron levemente, provocándole un ligero escozor que le resultaba perfectamente soportable. Y entonces el cielo, como enrabietado por su despótica osadía, afinó su puntería concentrando los disparos sobre su persona.

Los impactos comenzaron a dolerle de verdad, como si pequeñas alimañas clavasen en él sus afilados dientes hasta casi arrancar su carne, y pensó en desistir. De nada sirve -reflexionó –  enfrentarse a una fuerza que te rebasa en todos los sentidos, aquel que lo hace es un estúpido o un loco. Y él quizá fuera las dos cosas.

Pero siguió allí, de pie, desterrando cualquier idea parecida a la rendición con actitud altiva. Los gélidos proyectiles le castigaban con una fuerza tremenda y cada vez le costaba más encajar los golpes. Casi llegaban a doblegarle, haciéndole retorcerse. Un impacto en la cabeza estuvo cerca de hacerle desvanecerse, pero logró mantenerse en pie.

Un líquido cálido y denso comenzó a resbalarle por la cara, tapándole los ojos y metiéndose en su boca. Notó el sabor espeso y metálico mezclándose son su saliva antes de escupir su propia sangre sobre el suelo, mientras aguantaba el bombardeo de granizo con una decisión casi enfermiza.

Llegó un momento en el que no pudo más, o al menos eso creyó. Cayó, con las rodillas y las manos apoyadas en el suelo, escupiendo bocanadas carmesí sobre el pavimento y llorando. Las lágrimas se entremezclaban con el líquido rojo y espeso, deslizándose por su barbilla hasta gotear sobre la superficie de los adoquines.

Y entonces la tormenta cesó, claudicó en su intención de someterle. Se dejó caer sobre su propia sangre, tumbado en el suelo, mirando al cielo. El sol volvía a brillar tímidamente detrás de una nube, el día comenzaba a clarear y la gente volvía a salir a la calle. Allí le encontraron, tendido sobre el duro y frio empedrado, mirando al firmamento con orgullo y suficiencia, magullado y sangrando, con el gesto desencajado, riendo a carcajadas y gritando:

– ¿En serio pensaste que iba a rendirme?

3 comentarios

  1. Ingenioso relato alejado de convencionalismos. ¡Qué complicado es saber detenerse y aguantar en vez de escapar! Mucha suerte.

  2. Dimitri; Interesante tu relato de gente que no huye, que enfrenta las situaciones. Felicidades

  3. La naturaleza sule ser más generosa que algunas personas y la necesidad de diferenciarnos a veces nos hace enfrentarnos a batallas perdidas de antemano.
    Se mire como se mire, es un buen relato.
    Suerte Dimitri.

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