Entra el día por la ventana. La luz mortecina que lo acompaña me permite distinguir que es un martes…, como siempre. Me levanto y miro el reloj de pared. Puedo entrever, marchando de espaldas y a lo lejos a las nueve de la mañana, porque ya son las once pasadas. ¡Me exige tanto sueño el cuerpo!
Me visto sobre los calzoncillos de seda oriental que me proporcionan muchísimo placer No me los quito nunca, ni cuando me ducho; esto me obliga a secarme con una toalla de secar calzoncillos de seda oriental, toalla que compré en los chinos por un euro. El placer tiene su precio, me digo.
Desayuno un café de ayer y un par de galletas de Dios sabe cuándo. Es mi rutina de los martes, de todos los días.
Salgo del piso. Veinte abultados escalones hasta la calle, veinte inmensas torturas para mi pie izquierdo que de tanta gota que padece, da la impresión de albergar cataratas. A veces me cruzo con el turco del cuarto. Me da conversación. ¡Cómo le gusta hablar al turco ese! Es su manera de vivir y también pareciera que vive para hablar. Nos acomodamos en el rellano o, a veces, depende del cansancio, tomamos asiento en algún escalón. El enciende su narguile de bolsillo y yo un cigarrillo de almacén. El tramo de escaleras entre mi primer piso y el portal está habilitado para fumadores, tal cual reza un cartelón municipal con sello y todo. El utiliza el idioma turco, yo, el de Cervantes. No nos entendemos, pero ello facilita la conversación, la hace ágil, fluida, sin entreveros. Horas y horas. Nos sentimos cómodos y olvidamos con la charla el olor de mis calzoncillos de seda oriental. El turco también huele a otras cosas así de raras y eso compensa y equilibra. Generalmente se hace tarde. Cuando la noche golpea para entrar, nos despedimos como si nada hubiera pasado. Yo olvido mis propósitos de paseo y vuelvo a la cama. ¡Es tanto el sueño que me exige el cuerpo!
Pero hoy, con el camino libre y sin turco, he llegado a la calle. Doblo la esquina y encaro al mar que está aquí cerca lamiendo la arena con lengua de espuma. Cuando me aproximo descubro que el mar ya no es el mar, sino el mismísimo Satanás. Inconfundible: una piel rugosa de dragón, crestas blancas y voz de cañonazo alemán. Inconfundible, el mismísimo Satanás y no equivoco.
De pronto, las nubes se desgarran en incandescentes centellas y truenos horrísonos que hacen temblar a las mismísimas palmeras. Llueven bayonetas. Guardo mi pie izquierdo, el de más gota, en el bolsillo del pantalón y corro a refugiarme bajo un toldo de los muchos que cubren el paseo. Por fortuna he elegido el toldo de un café. Entro, pido un cortado y otro sin leche para el Diablo, porque a él le enloquece el brebaje, pero se le atraganta la leche; seguro aparecerá de un momento a otro meneando el rabo. Bebo de un trago, con sacarina, silbo y el camarero me sirve otro. El de la Bestia sigue humeando que ya se sabe que las cosas del diablo jamás se enfrían.
Desde una mesa contigua una joven deliciosa me contempla y sonríe. Es indudable que me sonríe a mí y eso la hace más deliciosa, hasta que descubro que su sonrisa no es del todo desinteresada. En efecto, mi bragueta abierta deja entrever las suaves tonalidades de mis calzoncillos de seda oriental. Las mujeres son así y miran todo.
De pronto, Lucifer entra en tromba. Emite un grito salvaje de cañonazo alemán, para que no haya dudas, bebe su café, sin leche, y sale atolondrado con un alma bajo el brazo, sin pagar su consumición y derribando una silla: “genio y figura…”, como dijo aquel general. ¿O fue un político de izquierdas?
Muevo la cabeza como diciendo “esos diablos…” Me siento a su mesa. Ella ya no sonríe porque ha dejado de ver lo que veía. Me dice:
– Estoy tan sola.
Yo respondo:
– Todos lo estamos
La joven deliciosa, de cerca más, hace un gesto de asombro por mi respuesta y de inmediato se enamora de mí. No puedo evitarlo: todas las jóvenes deliciosas y sonrientes que ocupan una mesa en el café se enamoran de mí. Acordamos casarnos después. Recuerdo mi último casamiento: fue hace dos días y también en martes. Apenas acabada la ceremonia salí al trote de la catedral dejando a la novia a sus anchas para complacer y ser complacida por los invitados. ¡Una gran boda!
Salgo a la calle abrazado a la joven deliciosa, pero no llegamos lejos. Nos alcanza bajo el siguiente toldo, el de la zapatería, el marido de la joven deliciosa. La encara y suelta un montón de barbaridades obscenas, muy obscenas. Luego la apuñala con una enorme navaja. Me aparto un paso para no ser salpicado con la sangre de la joven deliciosa y sonriente y trato de contar las puñaladas; si no me equivoco son setenta y nueve, aunque quizás fueran ochenta y dos o cuarenta y una. Cuando el asesino guarda el puñal en la faltriquera tras limpiarlo cuidadosamente con el faldón de su esmókin, lo miro con esa mirada que guardo para los tipos que me caen mal. El hombre baja los ojos y se retira cabizbajo y avergonzado en direccxión a la playa, donde Satanás.
La sangre de la joven deliciosa y sonriente comienza a inundar el pueblo del mar a la montaña, por lo que vuelvo a guardar el pie izquierdo, el de más gota, en el bolsillo del pantalón y apuro el tranco. En mi primer piso estoy a salvo.
Llego. Sin quitarme los calzoncillos de seda oriental que tanto placer me proporcionan (a pesar de su insistente olor), entro en la cama. ¡Es tanto el sueño que me exige el cuerpo! Otro martes intrascendente, como todos, pienso con fastidio y cierro los ojos. ¡Mierda!

Inteligente, interesante e irónico. Hace mantener la sonrisa durante todo el relato. Como he comentado en algún otro relato, es una lástima que esa cohorte de seguidores incondicionales que tienen otros autores no se dejen caer por aquí para valorar las cosas en su justa medida. Mucha suerte.
Hago mío el comentario de Hóskar, como no tienes un grupo de amigos o familiares no tienes comentarios, no te preocupes lo mismo sucede con otros magníficos cuentos. Espero que todos los que estamos aquí nos demos tiempo para leer todos los cuentos, o la mayoría de ellos y opinemos. Te felicito, hoy lunes…
Me ha parecido muy interesante, sobre todo me ha encantado la descripción de los diálogos con el turco. Entiendo que se necesite mucho sueño para poder digerir un «martes intrascendente».
Suerte 🙂