38- Tortilla de despojos. Por Jareth
- 5 octubre, 2012 -
- Relatos -
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Un soplo de aire helado se coló en la cocina a pesar de que puertas y ventanas estaban cerradas a cal y canto. En aquel momento, María no notó como su cuerpo se entumeció; fue al día siguiente, mientras repasaba lo sucedido aquella desangelada noche de enero, cuando fue consciente de que una oscura presencia se había infiltrado en su cocina. Era un ser malsano que tras deslizarse por alguna estrecha rendija, colmó de dolor la estancia.
Mientras María preparaba un caldo de verduras con el hueso de una ternera demasiadas veces cocido, Mario, su hijo, un niño poco desarrollado para su edad, se entretenía construyendo una torre con tacos de madera pulida. No había suficiente comida para ambos, así que esa noche ella no cenaría, su cuerpo ya se había acostumbrado a poco comer. Desde un rincón, el estrangulador de corazones observaba con atención la escena, esperaba su oportunidad. María miró de soslayo a su hijo tratando de que no se le escaparan las lágrimas. Cuando le servía la sopa, la puerta se abrió lentamente como empujada por la oscuridad del pasillo. Tras unos segundos de tensa espera, su marido asomó entre la penumbra acompañado por una ráfaga de aire frío que bien podría haber nacido en el polo, pero que simplemente provino del pasillo. Si la sorpresa no la hubiera dejado pasmada, le hubiera espetado con vehemencia que se apresurara a cerrar la puerta para que el poco calor del hornillo no escapara.
José vestía el viejo traje con el que se casaron. Al igual que su rostro, su ropa lucía un aspecto antiguo y malogrado que reflejaba la necesidad del miserable, la de aquel que solo puede vestir elegante una vez en su vida. Avanzaba con paso procesional y lastimoso desprendiendo un intenso olor a romero. La estrecha cocina se le antojo una basta planicie donde el horizonte, el destino, era inalcanzable. Tanto Mario como su madre le miraron sobrecogidos como quien ve un fantasma encadenado por el tobillo a una bola de acero. El padre, con su último esfuerzo, se arrojó sobre la silla que al golpear la mesa derribó la inestable construcción de Mario. Los cubos se esparcieron por el suelo de la cocina.
-Estoy hambriento -farfulló José. María no reaccionó–. ¡Maldita sea!, tengo hambre -intentó gritar, pero las palabras tropezaron en su boca. María, muda como si así hubiera nacido, le acercó el plato de sopa. Con una mezcla de ansia y flojera José empezó a comer. La cuchara iba y venía torpemente de su boca al plato hasta que descubrió que algo no marchaba como debiera: el sabor era extraño, en realidad, inexistente. Era consciente de que no era culpa del alimento, pero aun así, alzó su mirada por primera vez hacía ella y le gritó –Si quisiera beber, bebería vino. Necesito algo sólido, esto no sabe a nada- carecía de las fuerzas necesarias para agarrotar los músculos de la cara, solo el iris negro de sus ojos proyectó la ira. Las miradas de madre e hijo se cruzaron clamando auxilio. Ella estiró el brazo invitándole desesperadamente a acercarse, el niño, por su parte, se levantó con la intención de huir; pero una mano apresó su muñeca. El espíritu visitante había insuflado en el padre las fuerzas necesarias para poder sujetar violentamente el brazo del vástago.
-Tú, siéntate, aún no te he visto comer nada y mira que lo necesitas. Una brizna de trigo seco, eso es lo que eres, una espiga que se dobla ante el viento, que se quiebra nada más tocarla- el ser le susurraba al oído-. Endemoniado tormento el mío. ¿Qué podía esperar de esta delgaducha mujer de caderas estrechas? Solo parió un asqueroso gato enfermo. Mírame cuando te hablo desgraciado. El día que naciste la desdicha se cernió en esta casa -las lágrimas eran incapaces de romper la cubierta de terror que se había pegado a la conciencia del niño.
-Tengo dos huevos y media gallina, casi todo despojos: cuello, molleja y patas. Los guardaba para mañana para que el nene pueda comer algo- intercedió María mareada por el fuerte olor a amoniaco. Dudó un instante y después añadió- Amor –la palabra nació muerta antes de convertirse en un sonido congelado. José pareció calmarse, hundió de nuevo su mirada y le pasó la sopa al niño.
El de la negra capucha soltó una inaudible carcajada.
Después de buscar la aprobación en los ojos de su madre, se arrancó a comer. Lo que encontró en el plato ya no era alimento, sino una sustancia gelatinosa de color negro que burbujeaba pausadamente. Colocó la cuchara con delicadeza sobre el plato, lo apartó unos centímetros y escondió las manos bajo las pantorrillas. Estaba aterrorizado. Por suerte, su padre no le vio, a duras penas era capaz de sujetar la cabeza que se vencía por su propio peso. Un alargado hilo de saliva se columpiaba en sus labios. Cuando María colocó el plato de tortilla sobre el charco de baba negra, escapó del trance en el que el maléfico ser le había sumido. En cierta manera, resucitó por última vez. Entonces, el padre, con voz compungida, preguntó:
-¿Qué es lo que me pasa María? Los parpados me pesan, lucho por mantenerlos abiertos. Si cedo y los cierro, es cuando sé que no voy a volver. Me estoy perdiendo. No puedes llegar a imaginar lo doloroso que es. Cuando mis ojos se cierran, sigo viendo dentro de mi cabeza, como cuando duermes, pero más real, mucho más. Siempre es lo mismo. Estoy en el bosque, en la parte más profunda, justo después de pasar la poza donde nos bañamos en verano. Los colores al principio son vivos, las hojas son de un verde intenso, como en el verano, como cuando nos bañamos. Continúo caminando, aunque no quiero ir. Trato de impedir que mis piernas sigan avanzando, pero todo es inútil. Me concentro y les grito que se detengan, que corran en dirección contraria, no me obedecen. A cada paso que doy todo es más oscuro, los colores van perdiendo intensidad hasta que al final todo es negro. Sé que mis ojos están abiertos, pero no puedo ver nada de lo que me rodea, salvo a los lobos. Al principio solo siento que están allí. Después de un rato oigo sus dentaduras crujir y por último veo sus mandíbulas con afilados colmillos manchados de sangre. Lucho por despertar, por volver contigo. María, lo intentó pero no puedo. Entonces, se lanzan sobre mí, muerden mis brazos y piernas, arrancan pedazos de mis propias carnes hasta que dejan los tendones y huesos al descubierto. Deseo que todo acabe, no puedo soportar el dolor, deseo morir, pero hay algo que lo impide, allí no puedo encontrar el final, aunque tampoco siento estar vivo. El tiempo se hace eterno, entonces, de repente, escapo y te veo. Me cuesta reconocer cada vez más de quien es el rostro que se presenta ante mí. Al principio solo es una cara triste y dulce que me resulta familiar, y después recuerdo que eres tú, que hubo un tiempo en el que me amaste, y gracias a eso se quien soy ¿tú lo entiendes María? Temo que voy olvidar quien soy, que nunca más podré volver aquí, contigo, y nuestro hijo –intentó llorar, pero no pudo.
María tenía la vista clavada en las lágrimas de sangre negra que se deslizaban por la pata de la silla en la que se sentaba José. Ya no había esperanza, su marido se había perdido.
-José Martinez- dijo para llamar su atención-. Esta mañana la guardia civil te descerrajó un tiro en las tripas. Moriste casi al instante. Yo misma, con estas manos, te he amortajado y te puedo asegurar por lo más sagrado que estabas muerto. Te garantizo que mientras vestía tu cuerpo muerto en ese traje que ahora llevas, mi marido ya no estaba en esta tierra. Ahora, algo se me presenta reclamando ser el hombre al que amé, seas lo que seas márchate de esta casa para no volver. Él está muerto y si Dios quiere estará en el cielo.
En la mente del cuerpo animado, retazos de lo pasado se combinaron formando el relato de lo sucedido aquella mañana:
«Puso su mano derecha sobre el boquete que tenía en el estomago para impedir que el hilo de vida que le quedaba escapara junto con sus intestinos. –Le tenemos, García. Le tenemos- dijo el guardia civil que había disparado. –Menudo cabrón el Saltamontes, se pensaba que nos la iba a volver a dar. Has visto que huevos tengo, me lo he cargado. Por mi madre que por estas me hacen sargento- gritaba extasiado mientras se acercaban al hombre que yacía en el suelo.»
«Sobré él, a mil metros de altura, le miraban sus asesinos. Le parecieron perplejos; pero eso ya carecía de importancia.»
«Joder, ¿que hemos hecho? Que este no es él, que yo a este tipo le conozco, que este no es el Saltamontes. Me cagüen la leche. Este va a ser el Enterao, el José, el marido de la María ¿A quién has matado inútil? Madre mía, en que fregao me has metido.»
El cuerpo de José permaneció en silencio buscando comprender la extraña realidad. En ocasiones, los cadáveres se resisten a aceptar que el alma que un día los habitó se ha marchado, y aparentan seguir con vida. Son solo trozos de carne que pretenden fingir ser humanos. Con las horas, a medida que las células van sucumbiendo, los recuerdos desaparecen, hasta que finalmente los no muertos aceptan su destino. El cascarón olvidó su pasado, y al entender que solo era un despojo, se levantó y marchó.
La muerte observaba fijamente a Mario. Calculaba las posibilidades que el niño tenía de sobrevivir esa noche.
María, respiró aliviada. Miró a su hijo y aparte de terror, vio hambre. Unas negras orugas devoraban los restos de la tortilla.
que tengas suerte, Jareth
Pues como dice Lovecraf es un cuento de miedo y miseria con fantasmas.
En el momento en que cambia el discurso el «enterao» me he perdido un poco la verdad, pero después queda explicado.
Suerte Jareht
Hola Jareth:
Sobrecogedor, muy bien escrito. Mantiene al lector espectantante, con un desenlace desgarrador y repugnante. ¡Enhorabuena!
Mucha suerte.
Hola, Jareth.
Uff… Asquerosamente perfecto.
Un saludo y suerte para que el jurado tenga buen estómago.
El comentario de Lovecraft lo dice todo, nada que añadir.
Suerte.
Gracias a todos por leer el relato y también por el esfuerzo de comentarlo.
Un escalofriante relato sobre un fondo igual que -¿o más?- estremecedor.
(Para mí) la historia era un poco complicada para seguir y tuve que leerla dos veces para entender los relatos dentro del relato principal.
Está muy bien escrito; hay descripciones precisas y evocadoras.
Suerte con el concurso
Está claro que la Guardia Civil no cambia. Otro de los tópicos de este bendito país lleno de plumillas aficionados y de criticos enteradillos que van esparciendo su doctrina por donde les dejan. Estimado autor, eres muy buen escritor, con oficio. Mucha suerte.
Un buen relato espeluznante del principio al fin. Sombrío.
Te atrapa y no te suelta hasta el final.
Suerte en el certamen.
Me gusta los desafíos y voy a quedar muy bien después del comentario de ese participante tan entendido en la materia.
Hay cadáveres que se resisten a entrar en el sudario.
_Qué es lo que me pasa María?
_Que estás más muerto que vivo, José.
Suerte, mucha suerte
Muchas gracias por tu comentario.
Tienes razón. Si que aveces soy un poco recargado.
Trágico. Espeluznante. Misterioso.
Un relato que bebe de la tradición literaria (y artística en general) de los muertos que no saben que todavía lo son. Algunas frases me parecieron a ratos algo recargadas, pero supongo que esto es cuestión de gustos. Por ejemplo, la escena de la entrada del padre a la cocina está descrita en un tono quizás en exceso rimbombante, algo exagerado.
Una sugerencia para corregir: esta frase quedaría mejor así:
…alzó su mirada por primera vez hacía ella y le gritó: “¡Si quisiera beber, bebería vino. Necesito algo sólido, esto no sabe a nada!”. Carecía…
Un entretenido cuento de miedo y miseria (puede que me acabe de inventar un nuevo género).
Mis mejores deseos para el certamen