60- Golpes. Por Señor Tortuga
- 11 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, golpes, madre, tren
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Duerme, pero dice que no duerme. Dice que descansa la vista. A veces se le cae la aguja de ganchillo de la mano y el tintineo contra las baldosas la despierta. Se agacha y la coge. Dirá entonces que le duele la cabeza y estará de mal humor. Siempre le duele la cabeza cuando quiere pegarme y necesita un motivo.Yo podría sujetarle la mano, podría golpearle la cara y hacer que la cabeza le doliera por algo. Pero no lo hago. Me encojo todo lo que puedo y dejo que me pegue hasta que se desahoga. Luego, cuando está con toda esa rabia que se le pinta en la cara y que da todavía más miedo que los golpes, de pronto se contiene, como si se arrepintiera, y me empuja para que me quite de su vista. Yo le molesto.
Por eso cuando duerme y casi todas las demás veces, soy tan silencioso como puedo. Si oigo que me llama, acudo de inmediato, aunque a veces sé que me va a sacudir. De todas formas, ya casi nunca me hace verdadero daño. Solo me quedo rumiando las ganas que tengo de que se muera, o de matarla yo mismo. De sentarme sobre su pecho, sujetando sus brazos con las rodillas, y darle puñetazos en la cara hasta que sangre y estrangularla. Pienso en ello mucho rato, creo que durante horas; pero sé que no me atreveré y además, la quiero. Creo que la quiero porque no puedo evitarlo. Es mi madre.
Mi padre, en cambio, no la quiere. No mucho al menos. Las tías un poco. Las criadas nada; eso seguro. Y no me extraña. Se pasa la vida ahí, reconcentrada en su rencor. Hay veces que borda; sobre todo hace ganchillo y casi nunca teje. Eso sería útil y hacer cosas útiles es para las mujeres pobres. Lo de ella son cosas de adorno con las que luego hay que tener cuidado para que no se manchen, o que se quedan en algún arca o en algún baúl, oliendo a alcanfor. Como dice el abuelo, “durmiendo el sueño de los justos”.
Duerme. Inclina la cabeza sobre el pecho y se le cae la labor sobre el regazo. Parece muerta porque no se le oye respirar y no se le mueve el pecho. Además, hay veces que alguna mosca se le pasea por la cara, por los ojos o por los labios, y no reacciona. No la espanta.
Viste de negro siempre. Desde que a mi tía, a su hermana, la mató el tren. Al pasar, la chupó de la orilla de la vía. Yo no había nacido, así que siempre la he visto de negro. A lo mejor también se casó de luto, pero no creo. No sé si eso puede hacerse.
La luz de la ventana le ilumina las manos. Antes le caía en la cara, pero se ha ido retirando. Voy a salir a jugar antes de que se haga de noche. Voy a sujetar el picaporte con cuidado y voy a cerrar la puerta tan despacio que conseguiré que no suenen los cristales.
Y creo que iré para el lado de las vías. Lo tengo prohibido, por si me atropella el tren como a la tía. Pero por eso mismo, nunca me van a buscar allí. Hay árboles y hierba alta y zarzas y ortigas, así que es un buen sitio para esconderse. Allí me imagino que soy un salvaje o un troglodita, y cazo lobos y jabalíes. Antes salvaba a Conchita, la hija del chofer de mi padre, pero era cuando estaba enamorado de ella. Ahora me da lo mismo porque ella ni me mira. Ya lo hará, pienso a veces, cuando sea mayor y rico como mi padre. Pero luego me arrepiento de haberlo pensado. Una cosa es que me resigne a ser un insecto para ella y otra es que piense cosas así. Lo que pasa es que tiene veintiún años y yo sólo tengo trece.
Daniel Mañanes salió de la casa al sol frío de la tarde y rodeó el edificio hasta la cuadra. A la puerta, dormitaba Tabaco, el perro de caza de su padre. Una gallina salió cloqueando por la gatera. Daniel abrió el cuarterón de arriba para ver si había alguien dentro y, como era que no, entro a buscar el huevo. La vaca le miró y Daniel se reflejó en sus grandes ojos negros. Era la única vaca frisona del pueblo y su tristeza era infinita. Le acarició la testuz polvorienta.
El huevo estaba en un hoyo a la orilla de la pared. ¿Huevo se escribía con be o con uve? Nunca se acordaba. Su padre decía que sus dictados se parecían al calendario de Semana Santa, llenos de fiestas. Pero no era una broma. Con frecuencia, ante los adultos, Daniel sentía angustia sin saber que ese era su nombre. El castigo, entonces, era un alivio. Significaba que todo había terminado y que podía relajarse y sentirse santo por un rato; rumiar en paz y beatamente que en el fondo se lo merecía y que lo hacían por su bien. Limpió el huevo con el faldón de la camisa y con la navaja le hizo un agujero. Se lo comió agachado detrás de un pesebre.
Cuando salió de la cuadra, la tarde declinaba definitivamente. El cielo de poniente era de un amarillo pálido y el sol un disco mortecino. Sin ninguna razón, echó a correr tan rápido como pudo en dirección a la fábrica y a las vías. Corrió hasta que empezó a jadear y luego el jadeo se hizo dolor agudo en el pecho y en el costado. Entonces paró.
Cruzó las vías y salió del camino por un sendero a la izquierda que bajaba hasta un regato de agua. Cuando tocaba, en el regato se podían coger ranas y hasta alguna culebra, pero ahora no había nada, porque era invierno y en invierno no hay nada en ninguna parte. Al otro lado del regato, más allá de la maleza, estaba la casa del guardavías, pequeña y naranja, con su parra desnuda. Daniel miró los chopos sin hojas y jugó a pensar que estaban plantados al revés, con las raíces por fuera y las ramas y las hojas creciendo en el interior de la tierra, buscando el calor de su centro como buscaban en verano el calor del sol.
Sintió llegar a dos hombres. Debían ser forasteros, porque no les había visto nunca. Esperaban algo o a alguien. No hablaban. Uno de ellos sacó tabaco del bolsillo de la chaqueta y se lió un cigarrillo. Cuando terminó, se lo puso en los labios y se tanteó buscando fósforos, pero no los encontró. El otro sacó una caja y se la ofreció en silencio. Daniel vio un instante la llama antes de que quedase oculta entre la mano y la cabeza. Hubiera querido marcharse, pero no supo cómo hacerlo sin que le vieran y se quedó agazapado entre la hierba.
El dueño de las cerillas comenzó a caminar; avanzaba hasta llegar a las vías y volvía.
-Estate tranquilo -dijo el otro.
Ojala se marchasen pronto, porque se hacía de noche y tenía que volver a casa y, si seguían allí, esperando qué sé yo qué, no se iba a atrever a salir de su escondite. “Al final me la voy a cargar, ya lo verás”, pensó.
Llegó un tercer hombre. Don Severiano, el abogado. Era amigo de su padre y, cuando habían pasado la tarde juntos, despachando, lo normal era que se quedase a cenar en casa. También solían salir juntos después de cenar; para ir de putas seguramente. Eso al menos era lo que su madre le echaba en cara a su padre. Y la única palabrota que ella decía, porque decía que no había pecado en la verdad.
Al ver llegar a don Severiano, los dos hombres se quitaron la gorra y saludaron.
Ahora sí hablaban, pero Daniel no conseguía entenderlos. Había oscurecido casi del todo. Detrás, en la casa del guardavías, que ya no era naranja, sino negra contra un cielo índigo, se encendió una luz y, del lado contrario, se vio el relumbrar de los faroles del apeadero.
Don Severiano encendió un puro. Daniel podía ver su espalda inclinada y el gesto como de echarse el aliento en las manos para calentarlas. Sintió frío y las piernas dormidas. Necesitaba moverse, pero si lo hacía, le empezarían a hormiguear y, entonces, tendría que seguirse moviendo y acabarían por descubrirle. Comenzó a evaluar esa posibilidad. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Tampoco es que fueran a matarle. Al final el tiempo pasa, los castigos terminan y el dolor se olvida. Era cuestión de ser valiente y resignarse a lo que tuviera que llegar. Sólo eso.
Alguien más se acercó por el camino. Venía en bicicleta y don Severiano se giró para darle la cara.
-¡Hombre, qué sorpresa! A ti quería yo verte.
El hombre de la bicicleta se apeó en marcha y se detuvo. No se quitó la gorra para hablar con don Severiano.
-Usted dirá.
Pero don Severiano no dijo nada. Los dos hombres sujetaron los brazos al recién llegado, Don Severiano sacó algo negro del bolsillo y todos se quedaron quietos; congelados. Daniel oyó algo dicho en el tono seco y duro de las órdenes. Vio a don Severiano, el recién llegado y uno de los hombres, caminar hacia las vías y desaparecer. El otro hombre se quedó un instante para quitar la bicicleta del camino. Aparecieron de nuevo junto a la casa del guardavías. Los dos hombres golpearon al ciclista. Le dieron puñetazos en el estómago hasta que se cayó de rodillas. Le dieron patadas en los riñones y en la cabeza y por todo el cuerpo. Don Severiano también le pegó, cuando ya estaba en el suelo.
Daniel pensó que aquello ni iba a acabar nunca. Oyó al hombre suplicar a gritos que parasen y se orinó encima. Pensó si el hombre también lo habría hecho, mearse encima. A contraluz de los faroles, vio como las siluetas seguían golpeando el cuerpo inerte. Luego, el que debía ser don Severiano, se apartó del grupo y pareció colocarse el abrigo. El guardavías salió, don Severiano habló con él y el guardavías volvió a entrar en su casa y apagó la luz.
Vio como arrastraban el cuerpo hasta la vía y se marchaban y se quedó ovillado como un caracol. No sabía cómo se llamaba el ciclista, pero le había visto muchas veces y sabía que trabajaba para su padre. Pensó en su tía, muerta antes de que el naciera y en que tendría que volver a casa. Que seguramente era ya tarde y no tenía excusa que poner ni dónde decir que había estado. Y tenía tanto miedo que lloraba, pero tenía que dejar de llorar si quería volver. Serenarse, parecer tranquilo; si acaso, preocupado por llegar tarde y por la regañina.
De lejos llegó por el aire la trepidación del tren de las nueve y media.
Hola.
Lo peor de escribir empieza cuando el texto está terminado. Esa es la razón de que casi todos mis relatos duerman el sueño de los justos. Hasta ahora, no había podido superar la vergüenza de buscar lectores, salvo los cuatro amigos de siempre, y estoy muy sorprendido. Muchas gracias, de corazón. No sé qué más puedo decir.
Me he dado cuenta que en la parte céntrica de la relación de estos relatos hay buena materia.Insisto en mi incapacidad para responder sobre temas que no sea concretamente el contenido o argumento del relato.No hay que ser muy lista para ello más si el escritor te lo pone a huevo con su forma de redactarlo.Ni qué decir tiene que a golpes no andan ni los mulos.Que » Matar es fácil» como tituló esa mujer con nombre de piedra preciosa a su novela.Que si le dan un empujoncito a alguien y lo tira a la vía de un tren tendrá toda la apariencia de un suicidio…Y me pregunto yo ahora, quién era más malo?, la madre o el padre?.»Esa es la cuestión mi querido Watson»
Mucha suerte y retírese de esa vía.jejej
Suerte
Señor Tortuga:
No comprendo por qué este relato tiene pocos comentarios en relación a otros.
Es un trabajo estupendo. Hay sí algún pensamiento del niño en la segunda parte que lo debía haber puesto entre comillas o con el tipo de letra de la primera parte. Pero criticar eso ni merece la pena.
El cuento me ha tenido en tensión queriendo saber que sucedía. Para mi gusto es un final muy bueno. El pobre ciclista va a terminar hecho polvo por el tren, nadie reclamará que fue asesinado antes.
En cuanto a la primera parte está unida a la segunda por la violencia ejercida por el más poderoso. En el caso del niño, la madre. En el caso del ciclista, el abogado. Y todos a callar que el que manda, manda y no hay justicia que valga.
Mis felicitaciones, mi voto y diez estrellas.
Un abrazo.
Gran dominio de la lengua y de las situaciones. Aunque las dos partes parece que se diferencian un poco, en ambas se mastica la violencia. Quizás es verdad que es un conato de novela, de un joven personaje que puede convertirse en otro don Severiano si alguien no le pone remedio. Y no sé por qué, pero creo que al final acabaría atravesado sobre las vías del tren. (No me dirás que no te he dado ideas, ¿eh?).
Eres un magnífico escritor. Felicidades.
De acuerdo con Dies Irae me parece estupendo el comienzo a algo más largo; y seguiría leyéndolo… El pequeño problema que tenía con la segunda parte no es que se cambie el punto de vista de la primera, sino que en la 3ª persona a veces el narrador es omnisciente y comenta cosas que no pensaría el niño ej ‘la tarde declinaba definitivamente’pero otras veces muy cerca al punto de vista del niño ej ‘Ojala se marchasen pronto’ y otras veces los pensamientos del niño están entre comillas con ‘pensó’. No sé si es un problema porque no me distraje nada del relato. Me ha encantado el relato y admiro mucho tus habilidades como escritor.
Salud, Señor Tortuga.
Yo quiero el resto de la novela. Aunque sea despacito.
Gracias, y ¡suerte!
Nada que objetar al cambio de estructura, tiene lugar al dejar la casa y esa coincidencia con el cambio de escenario (Daniel Mañanes salió de la casa…) lo justifica; la transición es natural. Yo la agradecí, se hacía necesaria.
Y nada que objetar al relato.
Diez sobre diez.
El Señor Tortuga no es la primera vez que escribe. Eso se ve a la legua con solo leer los primeros párrafos de su cuento. Es un magnífico escritor, no tengo duda. Y como tal ha escrito un texto casi impecable. Y digo casi porque solo encuentro un reproche que hacerle, y es esa estructura en dos episodios diferentes pero que no se complementan, a mi juicio, el uno al otro, porque ninguno de ellos da respuesta a ninguna de las cuestiones que quedan planteadas en el otro. Me refiero a la primera parte en cursvia, con un narrador protagonista (el propio Daniel Mañanes) relatándonos en primera persona y en tiempo presente su nefasta relación con una madre violenta, y la segunda (la del episodio del tren) con un narrador omnisciente que relata en tercera persona y empleando los tiempos verbales pretéritos. Ambos fragmentos funcionarían perfectamente por sí solos, como microrrelatos independientes, y el único nexo de unión es el protagonista, pero nos quedamos sin saber el porqué del comportamiento de la madre, como terminará la relación del protagonista con ella y el resto de sus parientes, quién es el individuo de la bicicleta y porqué le dan esa paliza.
Pero repito, aparte de este detalle, no tengo otra cosa que reprochar al relato.
Suerte y no corra, Sr. Tortuga. La liebre terminará por dormirse ella sola.
Tú relato, Señor Tortuga, es interesante hasta cierto punto. Creo que llama bastante la atención por el monólogo del chico, pero después de que dice “y yo sólo tengo trece”, parece que empezara otro texto. Lo que parecía ser en cierto modo un monólogo interior, donde podríamos seguir viendo la angustia silenciosa de un chico maltratado y en cuyo corazón comienza a gestarse un resentimiento muy peligroso para su salud mental, termina convertido en una anécdota, una como muchas, en las que un niño (o cualquier otra persona en desventaja), es testigo de un homicidio. Es que cambias no solo el narrador y el asunto, sino la forma, el tono y la atmósfera que esbozaban la inocencia y ese sentimiento oscuro que amenaza con ensombrecerlo. Solamente trazas un vínculo entre el monólogo y lo que sigue, poniendo en la voz de tu personaje, “y creo que iré para el lado de las vías”. Nos ubicas en el mismo espacio, como para que el lector sepa que sí tiene qué ver un asunto con el otro, pero no en el mismo conflicto. ¿Qué importa ese ciclista muerto, los asesinos, que sean conocidos de su padre? Importa lo que pasa con el chico, lo que pasa dentro de él. El cuento está adentro del personaje, no afuera, creo yo. Fíjate en lo que propones: el comienzo del texto expone un conflicto tremendo: un chico que, desde lo más íntimo de sus pensamientos, quisiera matar a la madre que lo maltrata, quien a su vez sufre un duelo terrible que la marcó profundamente. Después de eso, todo lo demás se queda corto. A pesar de lo que te digo, y me excuso por ser tan entrometido, es un relato bien deshilvanado. Suerte, Señor Tortuga.
Acostumbrarse a la violencia física (de la otra no hablo porque parece que ya estamos todos vacunados) es terrible, más si se hace cuando uno es un crío y no se tiene la capacidad para comprender. Gracias al autor por transportarnos de la mano de Daniel al lado de la vía, aunque el espectáculo fuera de tres rombos. Mucha suerte.
Duro, durísimo. Tanto como lo perfectamente escrito y narrado que está.
Mi ENHORABUENA con mayúsculas.
Mucha violencia y mucho relato. Te felicito.
De verdad que no sé que decir para expresarte lo que me ha gustado tu relato. Solo que me has dejado asomarme, con los ojos del chaval, a un mundo violento y perfectamente fotografiado con tus palabras y, eso, es terriblemente dificil. No sobra ni falta una coma, no hay ni una concesión que distraiga al lector de lo que piensa y siente ese niño que respira y rumia odio hasta por su madre…Señor tortuga, mi más profunda admiración.