7. Por Ángel Medina

7- A-medina

 

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La vida es tensión y distensión. Ponga en su vida una tragedia de Esquilo, Eurípides o Sófocles y le sobrevendrá la extenuación. Para descargarla, introduzca en ella alguna comedia de Aristófanes y relajará el ánimo. Es necesario recurrir al estrambote de la parodia. Decir verdades a modo de esperpentos. Y en esa estamos.

 

La ciencia infusa nos fue negada, y ni siquiera los diablos la poseen. Por ello, fueron convocados por Luzbel los tentadores más avezados en la prestigiosa universidad “Pedro Botero”, a fin de enviarlos al mundo, y como los tiempos cambian, poder conocer de primera mano por dónde andan los vicios capitales en orden a la preferencia de los humanos en los tiempos que corren, y ¡hala!, tomarles la temperatura y a tentar.

Junto al gran diablo estaban Mamón, el rey de la avaricia y la riqueza. Aquel que hizo que todo cuanto tocara un hombre se convirtiese en vanidad áurea, condenándolo así a la muerte por inanición. Asmodeo, que mataba a los maridos de Sara para que no consumasen el matrimonio, deseándola para sí. Amón, terrible criatura del mal, quien era temido hasta por sus congéneres infernales. Belcebú, de colosal aspecto, henchido por su desenfrenado yantar, hasta el punto de resultar más fácil saltarlo que rodearlo. Leviatán, cuyo rostro siempre mantenía el rictus de la tristeza, celoso, incluso, del éxito de sus compañeros en la incitación. El último de todos era Belfegor, sustentador de la abulia que recae primordialmente en el desinterés por hacerse cargo cada uno de sus necesidades, cediendo el esfuerzo a la desgana y a que los otros hagan lo que por error u omisión quedó sin hacerse.

 

Luzbel se reservó para sí la primera tentación, y para ello visitó a un hombre sabio. Su empresa era fácil, ¿Quién no es autosuficiente y engreído de sí mismo? El viejo filósofo caminaba circunspecto, pues, no en vano su profesión era la de pensador. Y alguien que piensa puede dudar de muchas cosas y acabar refugiándose en ellas. Amarse a sí mismo por encima de todo y todos.

  • “Cogito ergo sum”- le saludó de esta guisa, conociendo sus razonamientos- Existes, porque piensas. Pero, ¿adónde te lleva la existencia de tu pensamiento? ¿Sabes acaso la razón de haber sido traído a este mundo caótico?

  • Apenas fui creado, dejé de pertenecerle. Soy mi consciencia de ser. Para mí, la existencia se reduce a mi yo.

¡Ah, altivez, primera respuesta de las criaturas a los dioses! Hija de la soberbia, a cuyo abrigo se halla el hombre sumido en la ignorancia más capital.

 

Mamón se acercó a un individuo que amaba inmensamente la riqueza.

  • ¡Venda! ¡Compre! –gritaba como un poseso en tanto colgaba y descolgaba teléfonos.

  • ¿Qué es más importante para ti, la vida o el dinero?
  • Mi vida, pues si no la tengo nada poseeré- arguyó convencido.
  • ¿La vida de los otros o la riqueza?
  • ¡La fortuna! – asomó el brillo en sus ojillos picarones.
  • Te convertiré en un nuevo Midas. Sellemos el pacto.

Tres hijas tenían el provecto, a las que amaba como el jardinero a su rosal. La primera regentaba unos grandes almacenes. La segunda una empresa de empréstitos y la tercera era experta en inversiones. De repente, las ventas se dispararon en el negocio de la rosa blanca. La rosa achampanada bajó los intereses y aumentaron los préstamos. La rosa rosa apostó a una única inversión en la bolsa y consiguió una gran fortuna. Pero, al poco tiempo, el coche en el que viajaban las tres sufrió un accidente y se marchitaron las flores. Y, sintiéndose culpable, recordando la conversación con el luciferino, se pegó un tiro.

¡Cuántas desgracias has traído a los mortales, oh, codicia! Por ti mata el hombre a los prójimos y a los próximos. No te tienen a ti; eres tú quien los posees a ellos. Y al final, ¿para qué?

 

Asmodeo adoptó forma humana. Naturaleza súcuba. Apariencia de seductor, dotado de gran vigor sexual. La mujer era como el buen vino, bouquet con años de crianza, incapaz de la actividad desenfrenada que había experimentado en su juventud. Todo su tiempo era retrotraerse al pasado y anhelar lo   que ya no volvería a ser. El diablo la cubrió. Jamás había sido poseída con tanta intensidad. Los orgasmos se repetían una y otra vez, hasta el punto de que su goce se constituyó en renovado deseo de vivir para él.

  • ¡Ansío perpetuar este momento y no despertar nunca! –exclamó en medio de aquel torbellino infernal.

  • ¡Sea como tú quieres!

¡Concupiscencia bendita o maldita, según en el orden en que te sitúes, refugio de los desórdenes del espíritu, capaz de separar la persona de la carne!

 

Amón se presentó ante un terrible sultán, al cual sus enemigos temían por su violencia y sus súbditos por sus veleidades. Un día, como aquel Iván el Terrible mató a bastonazos a un hijo que se había atrevido a contrariarle. El mefistofélico introdujo en su testa la idea de superioridad. Él era un semidiós y nadie podría osar mirarlo a los ojos sin caer muerto. Estando a solas con su engreimiento, observó la figura que se reflejaba en el espejo del salón del trono. Ante la insolencia de aquel agresor se enardeció, y tomando su daga se degolló ante el cristal.

La vanidad ciega, el enaltecimiento de la razón pueden seducir el ego, y agrandándose como un globo hinchado, llegado al límite, reventar. ¡Chispa que enciende la terrible hoguera de la violencia, destrucción y muerte que ha mordido a la Historia desde el primer crimen cainita!

 

En la hacienda de don Epulón se celebraba un banquete. A los pies de la mesa se amontonaban los pobres del lugar. Arropado por los invitados se encontraba un misterioso personaje que respondía al nombre de Belcebú. Entre los desheredados de la tierra se hallaba una pequeñuela, cuya única fuente de alimentos eran las dos velas de mocos que resbalaban hacia sus labios. Las miradas entre el ricachón y la pobrecita se cruzaron por un instante. Y al punto, tal vez respondiendo el diablo a los deseos de la mocosa, Epulón cayó exánime. Una visión momentánea iluminó el cielo, pudiendo contemplarse al opulento entrando en el infierno, envuelto en llamas.

  • ¡Tened compasión de mí! – gritaba – ¡Dadme un poco de agua para apagar mi sed!

Aquel grito se desvaneció con el eco. Ninguno de los menesterosos, que poco antes le imploraban las migajas respondieron a su llamada, y sus convidados pasaban de él. Entonces, se percibió una voz inubicable.

  • No es posible, hijo. La distancia que nos separa es infinita.
  • Al menos haz entender a los que disfrutaban de mi mesa, para que no vengan adónde yo he sido llevado. Que no los ignoren.

  • Eso siquiera es factible. Si se desentienden de su conciencia, tampoco creerán a nadie. La vida es la prueba para descender hasta donde tú estás ahora o ascender donde estarán los que vosotros despreciáis.

El tentador se frotaba las manos, al tiempo que sus carrillos se movían incesantemente mientras masticaba un muslo de carne. Aquel pecado prometía mucho mientras hubiera pobres. ¿Quién sería el siguiente de los epulones?

¡Oh! capitalismo versus comunismo. Nula solución del tan viejo problema de la humanidad. Compasión y egoísmos. Yo o nosotros.

 

¡Ay, Leviatán! Eres un tentador sutil. Tanto, que tu seducción bien podría volverse en tu contra. Empatía revestida de negrura. El satánico se trasladó a una montaña en la que vivía un santón. Una versión moderna del sufriente Job. Un místico que había renunciado al mundo y sus placeres y que de continuo recitaba aquellos versos de la carmelita de Lisieux: “Solo con la confianza vivo de que me he de morir, porque muriendo, el vivir asegura mi esperanza, muerte que el vivir se alcanza, no tardes, que te espero, que muero porque no muero”

El luciferino quedó desconcertado. “¿De qué puedo tener envidia de este hombre, sino de su caridad consigo mismo? Imposible, pues, alegrarme de su infelicidad, pues es dichoso. Tampoco puedo desear para mí su esperanza, pues habría de renunciar a ser diablo”. Y, meditándolo, se marchó del lugar con el rabo entre las piernas, envidiando la envidia.

 

Belfegor era el último que quedó en el mundo. Aún tenía que verificar la vigencia del pecado que portaba. Era el menos aventajado de todos, y como dudaba, decidió picotear en distintos frutos. En primer lugar, abordó a un hombre joven que paseaba.

  • ¿Qué ronda por tu cabeza?
  • No necesito complicarme con el mundo de las ideas.

Más adelante, se encontró con un campesino de piel rugosa, curtida bajo el sol del terruño.

  • ¿Razonas?
  • ¡No! Todo está predeterminado. No tengo tiempo para pensar. Sólo, el duro trabajo de sobrevivir.

Dejándolo sumido en su futilidad, se dirigió a un medio de comunicación de masas.

  • ¿A qué se dedican ustedes?
  • Somos el pensamiento de los demás. Nuestro lema es:” No piense; nosotros ya lo hacemos por usted”. Y cuando es necesario, le desinformamos. Así, dominamos sus mentes y obedecen a nuestros intereses, o al de los amos que nos pagan por ello.

 

¡Paradoja! La gran manipulación. La primera de todas. Creer que se es libre y ser realmente esclavo de la nadería propia, o de la maldad ajena.

EPÍLOGO. El Gran Satán decidió alterar el orden de las tentaciones. La soberbia, pecado original, habría de ceder el primer lugar a la pereza. Para el hombre actual, la desgana no era por la realización de las cosas, sino el desinterés por sí mismo, inhibiendo la mente para buscar respuestas que desafían su deseo de ser hombre ante la animalidad que bloquea las preguntas cruciales a las que debe afrontar.

¿Quién soy yo?

¿Cómo debo actuar?

¿Qué he de esperar?

Confianza versus reduccionismo.

 

Ángel Medina

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