Anestesia nacional. Por Santiago Trancón

Anestesia nacional

 

anestesia nacional

 

Anestesiar, adormecer, sedar. Poco a poco ir perdiendo la conciencia de lo que nos rodea para ir entrando en un mundo de seráfica ingravidez. Van a hacerte una operación de amputación en 3D y lo mejor es que no te enteres, que no sientas ni padezcas. Todo está controlado y en manos de expertos cirujanos. Ha llegado la hora. Hay que intervenir para curar. No podemos seguir así, sin asumir la realidad, sin encarar el problema.

«La realidad española es la que es», ha escrito, exhausto el cráneo, un equidistante columnista de El País («Acatar… la realidad española», titula su artículo). Es un compendio del plan nacional diseñado para inducirnos al «acatamiento», a la sumisión y la resignación a la que estamos fatalmente llamados: acatar, cumplir inexorablemente la ley, el mandato de la realidad, suprema e incontestable norma. Hasta lo argumenta echando mano de un supuesto ADN histórico.

Dice que todo sería más sencillo si «el país» tuviera algo de lo que goza Europa: «la institucionalidad británica», «la consistencia alemana», «la habilidad italiana» o «la cohesión territorial francesa». Se refiere al «conflicto territorial», del que asegura «es parte de la identidad española», lo mismo que es «consustancial la pulsión de cuestionar las instituciones», o «la tradición de polarización trincherista». Si tuviéramos algo de lo que Europa tiene…

Pero aquí tenemos un Parlamento con 17 partidos y «con eso toca legislar y hacer Gobierno», nos aclara apelando a Perogrullo. De acuerdo con «la aritmética votada por los ciudadanos» (parece que los ciudadanos votamos con calculadora en mano), sólo existen dos opciones: A (coalición PSOE con PP y Cs) o B (PSOE-Podemos con ERC). Dado que la A es imposible, «sólo queda el otro pacto. Por más que se ponga el grito en el cielo, sobre todo en el cielo mesetario, no hay más».

Reparen en lo del «cielo mesetario», que se suma a los tópicos esencialistas ligados a la «identidad española». Tanto rodeo para acabar al final repitiendo (dos veces, para que quede claro): «Hay que acatar la Constitución, pero también hay que acatar la realidad del país». Y: «Hay que sumar con lo que hay, acatando la Constitución pero acatando también la realidad».

La clave está en ese «pero» adversativo, que funciona en realidad como una disyunción de incompatibilidad: o Constitución o realidad. La realidad es lo que se impone, lo sensato, lo que no tendremos más remedio que aceptar si queremos, no sólo salir del actual bloqueo, sino solucionar nuestro atávico «conflicto territorial». Lo demás es «entretenerse en fantasías».

Hacia ahí vamos. Oiremos este mensaje de ahora en adelante hasta la hartura, por no decir el vómito. Que con la Constitución, con el acatamiento a la Constitución no vamos a ningún lado. Que hay algo que está por encima de la Constitución: la realidad, aunque esa realidad sea la rebelión independentista, a la que, con lítotes provocativa, se llama «conflicto político», que es como si al atraco a mano armada de un banco le llamáramos «conflicto financiero».

 

Sólo les preocupa una cosa: cómo hacer tragar este sapo jurásico a los españoles, cómo ir aplicando el somnífero en vena día a día sin que se note. Tienen medios poderosos para hacerlo, gota a gota, artículo a artículo, pantalla a pantalla, tertuliano a tertuliano, consejo de ministros a consejo de ministros, juez a juez, empresario a empresario, abrazo a abrazo. Álvarez Junco ya lo expresó hace tiempo con apabullante tesis: “Desde un punto de vista lógico, de pura filosofía política, dos nacionalismos son incompatibles. No puede haber dos soberanos en un mismo territorio. Desde el punto de vista práctico, a lo mejor no queda otro remedio”.

¡Es la realidad, hermano! La realidad del círculo-cuadrado, del huevo-castaña, del pan-como-unas- hostias. ¿Dos naciones en un mismo territorio? No, ocho. De momento ocho, que las ha recontado una a una Iceta colocándolas como garbancitos sobre su barriguita. Porque nacionalidad y nación son mismo, lo dice la realidad oculta de la Constitución, que es realidad verdadera.

Que a lo mejor no queda otro remedio: ésta es la consigna. Porque nuestra Constitución es muy abierta, y si no cabe en la Constitución, peor para la Constitución. Ya lo dijo Ábalos, esa inteligencia superdotada agazapada entre dos ojillos: «Tenemos que buscar un cauce de expresión para que no sea necesario que nadie tenga que recurrir a vulnerar el ordenamiento jurídico». El separatismo avanza imparable: la violencia es pacífica, los tsunamis son democráticos, la independencia cabe en la Constitución.

 

Santiago Trancón

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