Arquitectura. Por Dies Irae

Arquitectura

Él era el arquitecto de los conceptos, yo un albañil de las palabras. Él proyectaba espacios, yo los llenaba de vida. A él le sedujeron mis dedos ágiles, a mí su mirada clara. Durante muchos años logramos la más perfecta conjunción entre piedras y estrellas. Él dibujaba esferas pulidas y perfectas, yo las convertía en pompas de jabón que explotaban en música. Sus bocetos claros y limpios se llenaban de manchas de colores al llegar a mis manos, y él reía, feliz. Mis sueños delirantes se volvían practicables bajo sus ojos, y yo lloraba de emoción.

Nos encargaron viviendas: yo proyectaba hogares plenos de sueños, él edificaba habitáculos perfectos. Nos encargaron escuelas y hospitales: sus edificios eran prácticos, útiles, sobrios; tras mi paso, eran también alegres y optimistas. Nos encargaron luego la biblioteca: diseñó un lugar exacto para albergar libros y lectores; yo lo transformé en luminoso, sosegado y sereno. Nuestra obra cumbre, la Catedral, eleva los fustes de sus columnas hasta tocar el cielo, pero el mismo cielo baja por las vidrieras de mi cimborrio hecho luz de acuarelas y acaricia los rostros de los fieles. La oración es murmullo y cántico que se enreda en los capiteles y las arquivoltas de mis arcos, y se desliza suave por sus suelos pulidos y alegre por sus escalinatas como agua rumorosa.

Arquitectura

Entonces decidimos estar listos para construir nuestro propio mundo. Mientras él calculaba los cimientos, yo aboné el terreno. Sólo en las noches de luna llena nos permitíamos dibujar plantas y alzados, añadir dormitorios y escaleras, sorprendernos con pasillos que no llevaban a ningún sitio, laberintos para perdernos o huir de las pesadillas. A la luz del sol presentíamos la inclinación de los tejados o el número imprescindible de chimeneas. Los días de lluvia los dedicábamos a diseñar las vidrieras de las ventanas y los marcos de las puertas. Tardamos lo que dura un eclipse en decidir el color del suelo y una estrella fugaz nos indicó la orientación de la fachada principal. Jugamos a los dados para conseguir la financiación, y ganamos.

Se elevaron los muros ágilmente, apoyados en pilares que se ramificaban acunando los huecos transparentes de las luces. El cristal jugaba con la piedra, la madera y el agua. Los espejos reflejaban el verde de los bosques y el azul del cielo. Mármol blanco y acero pulido se apropiaron de las estancias sanitarias, y la cocina surgió del fuego y la alquimia de los metales bruñidos. Al final del verano, salió humo por las chimeneas, espantando a las brujas de las veletas, los arbustos habían arraigado sin problemas y el viento arrancó la primera hoja de los jóvenes castaños.

Y, entonces, él desapareció.

Por eso te escribo a ti, vendedor de sueños. Tú eres el único capaz de hallar habitantes para mi casa, que es ahora el hogar del silencio y las lágrimas. Tú, quien puede convencer a un poeta de que aquí los versos surgen de los grifos o las corrientes de aire traen canciones para un joven músico. Tú, el único capaz de cautivar a una voz que se demore en el eco de sus rincones o de seducir a un pintor para que refleje la luz de sus balconadas. A ti te encargo que entregues mi dolor, que se oculta tras el papel pintado de los dormitorios, a quien sepa darme a cambio la promesa del olvido, o la muerte. A ti, comerciante de ilusiones, embaucador de anhelos, trocador de quimeras, a ti entrego mi obra y mi espejismo. A cambio, te deberé la vida; lo sé bien, y lo acepto. Seré tuya por siempre.

Eternamente tuya.

Dies Irae

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