Hace unos años, a través de una película titulada “El negociador”, se dio a conocer a los negociadores de la policía. Se trata de agentes que pertenecen a la élite policial, altamente preparados, cualificados, y además voluntarios, capaces de transformar las técnicas aprendidas en pura y dura intuición individualizada en todos y cada uno de los momentos precisos para poder negociar en situaciones extremas con sujetos muy peligrosos como atracadores, secuestradores, criminales… etc. en los que, casi siempre, hay vidas inocentes de por medio.
La palabreja “negociador” emigró del contexto habitual utilizado hasta entonces para los negocios simplemente financieros para extrapolarse a otros “negocios” más variados y, en algunos casos, más vitales.
Los “negociadores” se nos han colado en la política, en los procesos de paz, en el deporte, en los programas televisivos, en las estafas y hasta en los grupos de WhatsApp. Y no es que antes no existieran hombres de paz, conciliadores, dispuestos a mediar en situaciones difíciles, pero parece que ahora, con el nuevo nombre, es como si cobraran una identidad distinta y más importante.
Sin embargo, me llamó la atención que hace unos días, en un grupo de “guasa” de los tropecientos que salpican la pantalla de mi móvil, uno de los integrantes llamara a otro precisamente “negociador” cuando lo que este último estaba intentando era organizar y facilitar, más que negociar, el encuentro de los ochenta y siete integrantes que andamos pululando por el grupo; “facilitador” puntualizó otro. Y eso despertó en mí la conciencia de la cantidad de “facilitadores” que realmente tenemos a nuestro alrededor sin ser conscientes de ello y no me refiero ya a las grandes cosas que sólo el amor de la familia o a la familia nos facilita, no, me refiero a las cosas más nimias que, precisamente por ello, nos pasan desapercibidas: un simple “buenos días” en la pantalla del móvil acompañado de un mensaje positivo, la canción de Serrat de “Hoy puede ser un gran día”, o una reflexión que nos anclé a las cosas buenas que todos tenemos en nuestra vida. Los facilitadores se acuerdan de llamarnos para quedar a tomar unas cervezas, nos preguntan cómo estamos y aguardan a escuchar nuestras neuras; además, impiden que otros, menos predispuestos a entendernos, nos critiquen, y no porque ellos nos defiendan, sino porque en su presencia nadie se atrevería a criticarnos.
Esto de los “facilitadores”, una vez que te das cuenta de que los tienes en la vida, proporcionan un agradable sentimiento de gratitud que esponja el alma porque, además, no se trata de especialistas en algo concreto, sino un poco “maestros de liendres, que de todo saben y de nada entienden”, pero que nos resuelven y nos facilitan las cosas en el momento oportuno: que estás pegada con un problema de ordenador que no tienes pajolera idea de cómo resolver… ahí está él o ella para solventarlo; que se te ha caído un botón o descosido la costura del pantalón, pues también tienes a otro que sabes que puedes contar con él para eso en concreto; o corregir un texto; o pasarte las última oferta de trabajo que le haya llegado por lo bajini antes de que pueda birlártela otro tan necesitado como tú. Es como en la película “Cadena de favores”, solo que aquí sí los conoces, tienen nombre y, por regla general, los consideras tus amigos. Siempre habías pensado que podías contar con ellos cuando los necesitaras, pero quizá pocas veces habías pensado en lo fácil que te hacían la vida en tantas ocasiones.
Hace unos días leí un post que me hizo mucha gracia, decía: “El universo está hecho de electrones, protones, neutrones, mamones, putones y toca cojones”. Y eso puede resultar gracioso -a mí me lo pareció- pero qué sería del mundo sin los negociadores entre todos estos y la parte contraria. Negociadores, amigos, facilitadores…
Me gusta la palabra “facilitadores” porque en realidad lo que hacen es eso facilitarnos la vida de manera suave, sin alharacas, casi sin hacerse notar como esos saltos de los clavadistas que parecen tan fáciles, como si no hiciesen nada, aunque con ello se jueguen la vida y detrás haya horas y horas de entrenamiento. Es posible que nos pasen desapercibidos, pero son como las líneas reflectantes de la carretera: cuando todo se vuelve oscuro… es cuando mejor se las ve. Sólo hay que enfocar hacia ellas.
Ana Mª Tomás