Hipócrita
Hace poco más de un año, le dio in ictus a una querida amiga. Quienes la queremos asistimos con impotencia a su caída en picado y a su lentísima recuperación. Sus hijas, con absoluta legitimidad, la retiraron discretamente de ojos observadores, incluso amigos, y la protegieron para que en su rehabilitación estuvieran enfocadas todas sus fuerzas, sin mirarse en los ojos conmiserativos de nadie.
Hace unos días la vi paseando, iba acompañada de un familiar que, evidentemente, le proporcionaba el equilibrio necesario, pero estaba estupenda, más que eso, se le veía vital y feliz. La abracé con toda mi alma y le dije que no tenía ni idea de cuánto me alegraba de verla. Y mientras que le decía justo eso me vino a la mente la diseñadora murciana Constanza Mas, ganadora de la décima edición de Samsung EGO innovation Project. Su proyecto utiliza un ecosistema IoT (Internet de las cosas) con una propuesta de prendas inteligentes que transmiten los sentimientos de sus portadores a través de la luz de diversos colores preconfigurados. Vamos, que de haber llevado yo una de sus prendas mi amiga hubiese podido corroborar con sus propios ojos lo que mis palabras le aseguraban.
Pero ahora viene el quid de la cosa. Desde que abrimos los ojos cada día hasta que el sueño nos rinde, nos movemos por emociones. Claro está, positivas y negativas. Pero hay algo muy curioso, y es que mientras que las positivas nos duran unos cuarenta minutos, las negativas aguantan en sangre hasta casi dos horas. ¿Será por eso por lo que andamos casi de continuo haciéndonos los cien metros lisos de la infelicidad a la insatisfacción?
De todas formas, aprender a disimular, más que a manejar, nuestras emociones es algo que hacemos desde la más tierna infancia. Es verdad que no podemos evitar o disimular un sonrojamiento de nuestro rostro ante algo que nos avergüenza de alguna manera, ni tampoco su palidez cuando una mala noticia nos baja la sangre a los pies. Pero también es cierto que emociones básicas y universales, tales como la alegría, la tristeza, el miedo, la ira, o la repugnancia, por ejemplo, nos cuidamos mucho de darles rienda suelta si sabemos que con ello mostraremos una parte importante de nosotros que nos interesa esconder bajo siete llaves. Y ustedes me pueden decir que entienden que se disimule la tristeza, entre otras razones por aquellas que ya daba Pemán en uno de sus poemas, y escribo al dictado de la mente: “No quiero que en mi cantar/ mi pena se transparente/ quiero sufrir y callar/ no quiero dar a la gente/ migajas de mi pesar.” Pero, ¿por qué habría que disimularse la alegría?, pues, sencillamente, porque depende mucho de la causa que la origine, que no es lo mismo que uno se alegre porque le toque la lotería, que porque hayan despedido al cabroncete de su inmediato superior que venía haciéndole la vida imposible desde tiempo inmemorial. ¿Legitimo? Por supuesto, pero lo cierto es que no queda bien visto social y moralmente que “vengamos” (vaya con el doble sentido de la palabreja) alegrándonos de los males ajenos. Incluso una misma emoción como puede ser la alegría es mostrada al mundo pasando por el filtro cultural: un español y un inglés, por ejemplo. Y no digamos ya si hablamos de humor y de lo que nos proporciona una gran carcajada.
La etimología de la palabra “hipocresía” viene del griego “hipokrisis” que significa “actuar o fingir”, en griego es una palabra compuesta por “hypo y crytes” que significa máscara y respuesta respectivamente. Es decir, que cuando vayamos a insultar a alguien escupiéndole en la cara que es un hipócrita, más vale que nos lo pensemos dos veces, porque en realidad, todos nos ponemos la máscara cada día en cuanto salimos de casa, a veces incluso antes de salir nada más abrir los ojos, así que, con todos mis respetos y mis mejores deseos para nuestra diseñadora Constanza… hay que reconocer que permitir que una prenda nos delate que, en lugar de estar sintiendo alegría por los logros de una amiga, en realidad estamos verdes de envidia… no creo que nos ayude mucho socialmente. Llevamos demasiados siglos intentando esconder nuestras verdaderas emociones cuando sentimos aquellas que son poco recomendables para lograr nuestro éxito personal, familiar o social como para permitir que una sincera prenda las revele al mundo. Aunque, también es verdad que sería la pera, que digo la pera, la reeepera, que todos las lleváramos en un acto social importante en donde la sonrisa dentífrica es capaz de esconder lo que solo las prendas “Fashionech”, o sea, la tecnología punta puesta a disposición de la moda, son capaces de poner al descubierto.
Ana Mª Tomás