La favorita de Yorgos Lanthimos: El amor y su poder reflejados en estancias de penumbra. Por Ángel Silvelo

La favorita de Yorgos Lanthimos

 

La favorita de Yorgos Lanthimos

El camino que recorre el amor a lo largo de nuestras vidas viene escalonado por diferentes estancias de penumbra, en las que en ocasiones se cuela la luz del sol de una forma arrebatadora y, en otras, reina la oscuridad más absoluta. Como dice el propio director griego de esta película, Yorgos Lanthimos, «el poder, es la forma más descarnada del amor». Quizá, porque en esas estancias de penumbra revoloteamos cual pájaro prisionero entre paredes que nos hablan o nos recuerdan a nuestros errores o derrotas sentimentales, esas que marcan nuestra existencia más que la pérdida de una guerra, por más que uno —en este caso una—, sea la reina de Inglaterra. En este sentido, La favorita se adentra sin remilgos en el farragoso terreno del poder que para su definición total precisa del arma del amor como la mejor herramienta para llevar a cabo sus propósitos. El poder, esa droga que nunca sacia al espíritu humano, busca en esta película los escondrijos más sutiles —y en ocasiones sexuales— del Estado para conseguir sus objetivos. Bajo una narración ágil divida en ocho capítulos que dan a la historia la forma de cuento de brujas y hechizos, La favorita recorre los territorios que van desde el amor a la crueldad en forma de tragicomedia sin forzar un ápice su esencia: el amor y su poder reflejados en estancias de penumbra. Estancias de penumbra, vestuarios, fiestas y bailes que nos recuerdan de una manera sucinta a las películas del gran Peter Greenaway. La favorita es un film de época repleto de extravagancias al que sólo le falta la música compulsiva de Michael Nyman para lograr rizar el rizo. Yorgos Lanthimos, en esta ocasión, nos brinda la versión más arriesgada de una forma de entender las vicisitudes de los asuntos de Estado que, en La favorita, deambulan por los caprichos de una reina enfermiza y encerrada en un palacio que nos recuerda más a un castillo y sus mazmorras que a una estancia real de principios del siglo XVIII. La intriga, la diversión y el deseo se encuentran y confrontan bajo las miradas, siempre seductoras, de sus tres protagonistas, magníficas las tres y firmes candidatas a todos aquellos premios a los que se presente esta película. El desgarro, la huida y la soledad están extraordinariamente interpretados por una Olivia Colman perfecta e inconmensurable en el papel de reina Ana. A su lado, su consejera y amante, Lady Marlborough, interpretada por Rachel Weisz, cuya expresión de lujuria producida por el poder, resulta conmovedora por la fuerza y la ira con el que las ataca. Tras ella, Abigail, a la que da vida Emma Stone, cuyo reflejo incandescente de sus fríos ojos azules atrapa al director para filmarla cercana, y desnudarla en sus gestos y, a través de sus labios, sus ojos y los lóbulos de sus orejas —al principio desnudos y después adornados de lujosos pendientes— hasta convertirla en un caleidoscopio de emociones que van desde la inocencia a la maldad, la transparencia a la oscuridad, la cercanía a la venganza, sin duda, una explosiva mezcla de emociones y resultados.

La favorita es un relato que se apodera del miedo a perderlo todo, tal y como se refleja en su última parte, donde las estancias de penumbra buscan esa luz que el mundo cerrado de la corte no permite. El poder y la libertad no se llevan bien, de ahí que en su tramo final, Yorgos Lanthimos recurra, más si cabe, a la violencia expresiva y corporal del desamor, los celos y la pérdida. Nadie gana en La favorita, salvo el espectador que no puede dejar de adentrarse en esos mundos interiores de sus protagonistas que tan bien están interpretados por unas actrices que, sin duda, dan a luz uno de los mejores papeles de sus carreras. Más allá de lo obvio, el lenguaje narrativo del director griego nos atrapa con el juego distorsionado de las líneas rectas a través de grandes encuadres, como si todo se redujera a una inmensa bola de cristal de esas que al agitarlas nos regalan numerosos copos de nieve; unos copos de nieve que resaltan la frialdad de una historia donde el amor y su poder están reflejados en estancias de penumbra.

 

Ángel Silvelo Gabriel.

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