Madre mía. Por Ana Mª Tomás

Madre mía

 

   Me ingresaron por urgencias en el hospital con un amago de angina de pecho o de infarto. En los primeros momentos, mientras me hacían diligente y amablemente toda clase de pruebas que descartaran o confirmaran el diagnóstico de los primeros síntomas, me colocaron en una sala en donde estábamos seis impacientes pacientes separados en dos grupos de tres en los laterales por unas cortinas, aunque tres de nosotros podíamos ver al enfermo que teníamos justo enfrente, puesto que a los pies de la cama no había separador alguno.Yo estaba incorporada con lo cual la visión que tenía era más amplia que la paciente de delante que estaba acostada. Era una mujer de más de noventa y cinco años que nadie acompañaba puesto que cuando llamaban a sus familiares nadie entraba. La pobrecica gritaba como una loca cada vez que alguien la tocaba intentando tomarle la temperatura, la tensión, extraerle sangre, o cambiarle el pañal. Hasta aquí podría ser un comportamiento normal en alguien de sus circunstancias. Sin embargo, yo me sentía absolutamente conmovida porque en el doloroso silencio que había en la sala, los gritos de la anciana no eran quejidos sin más, eran llamadas desesperadas a su «mamá». ¡Mamá, me hacen daño!, ¡mamá, ¿dónde estás?, ¡Mamá, ven!” Si hubiese gritado la palabra «madre», probablemente, me hubiese causado otra sensación. «Madre» tiene otra entidad amorosa, más reverencial quizá, pero «mamá» muestra una dependencia, un desvalimiento, una ternura… inusual, sobre todo, en la boca de una anciana casi moribunda.

  Siempre pensé que llamar a nuestra madre, que pronunciar esa hermosa palabra con nuestra voz era el mayor de los ensalmos capaz de disolver o empequeñecer los problemas. Independientemente de que ella esté en este mundo o en el otro, porque viva siempre estará en nuestro corazón. Poder sentir la presencia sanadora de nuestra madre es sinónimo de protección, de renuncia, de ternura, de cuidado, de amor…, de un amor como jamás nadie podría o sabría darnos. Yo creo que el apóstol Pablo se refería al amor de madre cuando decía que «El amor es paciente, es servicial; no busca el propio interés, no lleva cuentas del el mal recibido. Perdona sin límite, disculpa sin límite, espera sin límite. Todo lo soporta…» sinceramente, conozco pocas parejas que no tengan límite a la hora de perdonar una traición,o no llevar cuenta del mal recibido,o soportar una tras otra cualquier tipo de ofensa venida del amado mientras que las madres son capaces de disculpar siempre nuestras conductas, por mucho sufrimiento que podamos ocasionarle, ella justificarán lo injustificable. Recuerdo a una anciana que fue llevada engañada un asilo (asilo, no residencia) por sus tres hijos que nunca más volvieron a verla, y sus palabras hacia ellos siempre estuvieron llenas de amor, de comprensión y de disculpa.

  «El amor no pasa nunca» termina diciendo s. Pablo. Y corroborándolo una anciana madre de Liverpool, de 98 años, que abandonó su residencia para cuidar de su hijo de 80 ingresado en otra residencia y necesitado de cuidados constantes.Efectivamente, el amor de «madre» no pasa nunca.

Madre mía

  La anciana estaba bastante mal. No hacía falta ser médico para verlo. Tenía los ojos, más que cerrados, apretados. Los médicos y enfermeros estaban desbordados, estaba claro que hacían cuanto podían para cuidar de la salud de su cuerpo, pero apenas tenían tiempo para atender a sus quejas afectivas. Yo pensé en levantarme, cogerle la mano y decirle que estaba allí y que ella eligiera poner la cara que quisiera a mis manos. Pero apenas hice amago de moverme me dijeron que si necesitaba ir al baño me traían la cuña pero que ni me cantease de la cama. Le expliqué que solo quería acercarme a la anciana en un acto de humanidad. El médico me miró comprensivo. Se dirigió a la anciana, le puso una mano en el pecho y la llamó varias veces por su nombre. Aquello no surtió el efecto buscado, por el contrario, ella comenzó a llamar con más desesperación a su «mamá» avisándola de que le estaban haciendo daño. El facultativo salió de la sala sin mirarme ya. Y yo pensé que el único consuelo que le quedaba a la anciana era esperar que su mamá no tardara mucho en oírla y en venir a rescatarla. Y es que el amor de una madre llena tanto… Y si se va, se queda todavía, porque llena está de ella toda su ausencia.

 

Ana Mª Tomás

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