La luz que se filtra a través de los días de nuestra existencia no es más que la forma en la que dejamos que los demás nos vean. En este mundo de apariencias, más veces de las deseadas, iluminamos nuestras acciones con un fogonazo deslumbrante sin caer en la cuenta de su fugacidad, pues tras él, sólo quedarán unas pocas cenizas en el suelo y el recuerdo que, con el paso del tiempo, caerá en el olvido. Un olvido que, no sólo el propio, sino también el de aquellos que asistieron con la boca abierta a tan majestuoso espectáculo. Después, no nos queda nada más que cubrir nuestras miserias con falsos destellos que, más pronto que tarde dejarán de ser efectivos en nuestro día a día. En este sentido, la crisis económica y sus nefastas consecuencias, siguen siendo el eje central de una parte de la producción literaria española y que, en el caso de la última novela de Marian Torrejón, Brillo de asfalto publicada por Fórcola Ediciones en su colección Ficciones, es la crónica de la última estrella de una noche oscura, pues esa es la historia que se nos narra de una forma concisa y sin más aderezos que los que acompañan a la cruda realidad. Esta historia del fracaso es también la de una sociedad que no para de dar vueltas sobre sí misma y sus errores; unos errores que Marian Torrejón proyecta sobre un espejo que nos devuelve aquellas imágenes que nos resistimos a admitir como propias, porque son imágenes que no coinciden con la amplia amalgama de nuestros deseos. En demasiadas ocasiones, la realidad es muy tozuda, y no predica con el dicho de: «si deseas algo intensamente acabará cumpliéndose», porque el terreno de la realidad es muy hostil, a diferencia de el de nuestros sueños, que siempre andan sobrados de esa nebulosa que nos protege de todo lo que nos resulta adverso.
Brillo de asfalto se sumerge en la trastienda de la vida de su protagonista Serafín, y lo hace de atrás hacia adelante o si se prefiere desde el pasado al presente, para mostrarnos que no siempre somos nosotros quienes tenemos en nuestro poder la posibilidad de modelar y moldear nuestro destino; una fuerza —esta del destino— que se muestra caprichosa y nos empuja hacia uno u otro lado de la balanza, pero también, que nos permite adivinar las consecuencias de nuestros actos. Las crónicas de las múltiples derrotas que trajo consigo la crisis económica son también la certeza de que dejarlo todo al libre albedrío del universo —caótico por naturaleza y definición—, es un error, ya que nunca llegamos a ser conscientes de que una de las mayores virtudes del hombre es la darle el tiempo que necesita, para atravesarla y disfrutarla, a cada una de las etapas de la vida. Esa incómoda prisa por llegar al final antes de tiempo, en la novela se contrapone con la luz del Mediterráneo que deja entrever ciudades como Valencia o Sagunto, y que son el mejor reflejo natural a esa falsa cadencia lumínica de grandes destellos que tan bien conocen —por desgracia— en la costa valenciana. Una luz, a la que la autora confronta con la cercanía de un zoom que nos muestra que no somos tan diferentes los unos de los otros, porque quizá, la naturaleza humana siempre se compone de las mismas cualidades, aunque distribuidas en diferentes porcentajes en cada uno de nosotros. El acierto de esta novela está en darle una gran parte del protagonismo a la importancia de las elecciones, porque dependiendo de ellas, seguiremos una senda o la contraria. Y si no queremos escoger la de la autodestrucción —que no se nos olvide que siempre es egoísta—, leer Brillo de asfalto nos ayudará a ponderar el poder de las malas decisiones que, en demasiadas ocasiones, son como la crónica de la última estrella de una noche oscura.
Ángel Silvelo Gabriel.