Papa Francisco
En la que hasta hace pocos años hermética Ciudad del Vaticano, suena con fuerza creciente el silbido de una suave brisa, paulatinamente se inunda con la firmeza de un vendaval cada una de las estancias de tan solemnes edificaciones. Las ventanas una tras otra se abre por la necesidad de ventilar la impropia lejanía de lo divino con lo humano.
La iglesia, es decir la humanidad, iglesia sinónimo de la casa de todas y cada una de las personas se encontraba aislada de la realidad, alejada de su cercana misión en el mundo. Sonroja comparar el trabajo, esfuerzo y sacrificio realizado por los miembros de las misiones clericales en cualquier parte del mundo, ya sea desde la profunda y castigada África, hasta cualquier barrio de nuestro llamado primer mundo, avergüenza mirar el reflejo que a esta realidad nos devuelve el espejo despótico que emana por las exiguas rendijas del vaticano.
Una ardua y constante tarea se cierne sobre la institución más importante del mundo desde hace más de dos mil años, es una tarea que seguramente legiones de seres humanos no serían capaces de llevar a cabo con éxito, y que sin embargo recayó en los hombros de un solo hombre, en una figura cargada de entrañable humanismo y ternura, una sonrisa amable que no cercena un ápice la fuerza decisiva para acometer su obra, sin duda una profunda y necesaria obra guiada por Dios en el Mundo. Si cualquier creyente hubiera de elegir un rostro, un icono que identificara su iglesia, la iglesia que llevan en su alma, sin duda ese rostro sería el del Papa Francisco, qué poco sabia Jorge Mario Bergoglio cuando vio la luz por primera vez en su Buenos Aires natal, que sobre él iba a recaer tanta responsabilidad, que iba a ser el elegido para guiar al rebaño en la senda de la paz y la concordia en una siempre difícil humanidad.
Ya han pasado unos pocos de años desde el cónclave coronado con la fumata blanca, que tiño el cielo de Roma de la esperanza de una nueva era cristiana, y en tan corto espacio de tiempo su Santidad, el Papa Bergoglio se ha convertido en el personaje más influyente del siglo XXI, sus gestos de austeridad, control y asunción de responsabilidades son el reflejo de Jesucristo en su persona y el preludio de su ingente obra.
Ha sabido este tiempo lidiar con la problemática humana, acercarse y compartir la pragmática realidad de los problemas mundanos del día a día de las personas, y abre de par en par los brazos a aquellos colectivos hasta ahora rechazados u obviados por la Santa Sede, distanciándose así claramente de la acomplejada hipocresía de las jerarquías vaticanas, unas jerarquías que también están siendo tamizadas por la criba de la honradez que él encarna. Y, es así, como nunca mejor dicho, gracias a Dios, gracias al Papa Francisco se está demostrando que todos somos hijos del creador, y por tanto somos receptores de su amor infinito y eterno.
Jordi Rosiñol Lorenzo
Me encantaron tus reflexiones, una interpretación sin aspavientos y profundamente descritas con sencillez, enhorabuena! Abrazo en el alma.
Muchísimas gracias, un fuerte abrazo amigo mio