¿Podemos prescindir de la verdad?
Empieza el nuevo año y me asalta una duda metafísica nacida de los vapores que desprenden los desechos acumulados durante los pasados 365 días, por ponerle un dique numérico al río turbio de la vida. Viendo y oliendo y recordando todo lo acontecido, me llega el vaho de esa pregunta: la verdad,¿para qué? ¿Y si entráramos en un nuevo ciclo evolutivo en el que la sociedad pudiera prescindir de la verdad? ¿Y si en lugar de la verdad nos acostumbráramos a la ficción hasta el punto de no distinguir entre verdad y mentira, invención y realidad? ¿Un periodo de delirio colectivo?
Parto de un hecho empírico: es más fácil creer una mentira que aceptar una verdad. La mentira tiene la ventaja de que puede construirse con ella un relato apaciguador, coherente, inmune a la realidad de los hechos, a cuya prueba no necesita someterse. Basta con que sirva para reforzar la ideología del sujeto. La ideología (que siempre es compartida o colectiva), aclaro, es un conjunto rígido de creencias que se refuerzan entre sí de tal modo que si se pone en cuestión una de ellas, la estructura se tambalea. La verdad, en cambio, no necesita de la aceptación del sujeto para definirse y justificarse. Con la verdad (las verdades) se construye una teoría, pero no una ideología.
La verdad nace de la realidad de los hechos, pero los hechos no necesitan ser coherentes ni apaciguadores. La fuerza de la verdad nace de la rotundidad e irreversibilidad de los hechos, con independencia de la consistencia cognitiva que le otorguemos, porque la realidad no responde a nuestra lógica, sino a la suya, de la que apenas sabemos nada. Por eso la verdad es siempre más inquietante que la mentira. La verdad siempre es sospechosa, porque revela las mentiras y nos obliga a dudar de ellas. La verdad nos atrae y repele a la vez, por eso abundan más los creyentes que los científicos, los charlatanes que los hombres sensatos.
En contra de lo que se supone, con el aumento de información no ha disminuido el número de creencias y de creyentes, de mentiras y de mentirosos. Sostener una creencia o una mentira hoy es muy fácil, existen toneladas de información al alcance de cualquiera para confirmarlas. Antes bastaba con un puñadito de creencias para vivir tranquilo toda la vida; hoy necesitamos creencias para casi todo, hasta para alimentarnos, para definir nuestro sexo o para votar a un partido político.
Nuestra mente está permanentemente invadida por mensajes que no podemos, no ya verificar o poner a prueba, sino simplemente procesar. No tenemos ni tiempo ni espacio mental para hacerlo. Pero la verdad nunca nos viene dada, es preciso construirla con esfuerzo y distancia. De ahí mi pregunta: ¿y si esto de la verdad no fuera más que un deseo, una ilusión, una utopía racionalista?
En ningún ámbito se hace más patente la necesidad de esta pregunta que en el de la política. Si nos ponemos a analizar, por ejemplo, qué ha dicho y hecho Sánchez durante estos siete meses de ocupación del poder, no hay modo de establecer ningún criterio de verdad, de realidad, de consistencia objetiva. Todo, si creemos en sus palabras, es a la vez lo uno y lo otro, aquí y allá, pero siempre progreso, nueva era, avance indiscutible: «más en siete meses que en siete años», o siglos, o milenios, qué más da. La mayor prueba de la mentira es que resiste la contradicción, que basta con defender impertérrito lo que sea para que eso parezca verdad.
Podríamos decir que hoy asistimos a la «desustancialización» de la verdad. Mi duda es si una sociedad puede mantenerse sobre esta degradación, degeneración, desprecio y negación de la verdad. Si es posible sustituir la referencia a hechos objetivos por meras construcciones virtuales, por la artificiosidad de la propaganda, la imagen efímera, las declaraciones impostadas, los gestos engolados, los aspavientos solemnes, el halago de los sentimientos de identidad supremacista (sea separatista o de izquierdas).
Nada más elocuente que esas canas tintadas que el encorsetado y soberbio P.Sánchez se ha colocado justo a un ladito de la media frente y en el arranque de las sienes… Alguien le ha convencido de que así parece más estadista, más serio, más responsable. Es un truco de chalán de feria, que seguramente toma de Obama, al que las canas le salieron de verdad. ¡Qué disciplinadas las canas, que van y brotan justo allí donde marca el asesor de imagen!¡Y las horas que se habrá pasado el pinturero mirándose en el espejo monclovita!
Santiago Trancón