¿Quién ayuda a Paquita?
Durante los últimos tres meses en España, estamos abducidos por el torrente de noticias que en cascada ha generado la inconciencia e irresponsabilidad del independentismo en Cataluña, cierto es que la gravedad del asunto bien lo merece, pero también es cierto que al mismo tiempo siguen sucediendo hechos de relevancia en nuestro país, unos hechos que aunque a priori parecen menores comparados con el vodevil tragicómico separatista, no lo debieran ser si realmente queremos presumir de los valores que se nos suponen en una sociedad democrática avanzada.
Tachas en las que no solemos fijarnos dada nuestra elevación del mentón al caminar por la vida. Hojeando la prensa hace algunas mañanas, entre el maremágnum de noticias “esteladas”, consternado leí un artículo sobre el desahucio de Paquita y, tras reflexionar unos segundos, me embargó un sentimiento de responsabilidad individual cómplice de una responsabilidad colectiva, quizás todos debiéramos parar, parar y mirar atrás, hacer un examen de conciencia, y el que esté libre de culpa que tire la primera piedra.
Paquita Carreño es vecina de la localidad murciana de Las Torres de Cotillas, y vive más que humildemente en una vivienda en cuya planta baja tiene un pequeño comercio, que justo le da para subsistir a ella, a su hijo y a dos nietos de siete y ocho años. Hace bastante tiempo, antes de marcharse su marido, este adquirió una deuda de treinta mil euros que por cierto en estos momentos se han convertido en noventa mil con un prestamista (yo diría usurero) el ex marido se apostó la casa en una timba, y Paquita perdió la mano sin comerlo ni beberlo, y sin ser consciente de lo ocurrido, la cuestión es que, en puertas de celebrar una nueva Navidad llena de alegría, solidaridad, y consumo a raudales, esta familia torreña de mientras son desalojados de su vivienda y con ella también de su único sustento.
El primer trimestre del año que viene, el gobierno aprobará una nueva ley hipotecaría que unos aspectos mejorará sustancialmente la protección de los ciudadanos ante los abusos de las entidades bancarias, pero se hecha de menos un par de aspectos de cierta importancia, como es regular los casos en los que se pueda producir la dación en pago, y otra muy importante y que casi nadie menciona, y es poner coto e investigar las malas artes de los llamados prestamistas, carroñeros que aletean siempre sobre el hombro de la desesperación económica de los seres más vulnerables de la sociedad, ofreciéndoles una salvación envenenada que acaba hundiendo más si cabe a cientos de familias en España.
Volviendo a Cataluña, pero con el ojo puesto en el caso de Paquita y otros muchos españoles. Me sonroja sobremanera oír como durante años, diversas asociaciones han recibido según algunas fuentes hasta veinte millones de euros en subvenciones públicas, un capital que ahora usan para pagar las fianzas millonarias de quienes han dilapidado la economía, la convivencia, y han atentado contra el propio estado. Es aberrante que además haya varios cientos de miles de almas clamando por la libertad de unos presuntos delincuentes por las calles, que recauden dinero en cajas de resistencia para ellos mismos entre el rebaño, que se organicen actos y manifestaciones en la región y más allá de nuestras fronteras sin vergüenza alguna. Sin ánimo de querer quitar la importancia de los hechos de otoño en Cataluña, que la tiene, es obvio que el mono tema es más emocionante y épico para las masas bien alimentadas en la sexta potencia del mundo, que el sórdido hábitat de la pobreza y de los desmanes que sobre ella se producen.
La miseria no tiene quien se manifieste por ella, nadie de un color u otro va organizar ningún acto en Bruselas, ni en Barcelona pidiendo su erradicación, ninguna personalidad se va a subir a un escenario a clamar contra los abusos, ni ninguna administración pública va a ser capaz de subvencionar con treinta mil euros para que Paquita recupere su digna pobreza, la caja de resistencia para ella está vacía y ni si quiera un triste lazo se va a colgar nadie de la solapa por su desgracia.
Jordi Rosiñol Lorenzo.