Sentidos: oído.Por Ana Mª Tomás

Oído

Me encanta caminar en medio de naturaleza. Y cuanto menos domesticada, mejor: sendas perdidas de montes conocidos o bien que las vaya descubriendo de la mano de alguien que sí las conoce; bosques, prados, riberas, playas… Me gusta definirme de senderista. Y cuando paseo por esos hermosos lugares considero un gozo inefable prestar atención a las melodías autóctonas que cada uno de ellos ofrece: el canto de los pájaros, el silbido del viento en los árboles, o el murmullo que produce cuando azota el tomillo contra la cercana piedras; el ulular de algunas aves nocturnas al anochecer; el rumor del mar, el chasquido de las olas al romperse contra las rocas… Todo ello compone una melodía tan hermosa que me siento una auténtica privilegiada, y no tanto por poder escucharla, sino por ser consciente de su existencia. Mientras camino suelo cruzarme con otros caminantes. Algunos saludan; otros pasan como ‘ovejos’ y te rozan –incluso golpean– el hombro incapaces de regalar un mínimo saludo. Pero la mayoría de ellos, por no decir todos, van con sus auriculares, ajenos a tanta hermosura a su alrededor. A veces, el chimpún chimpún que llevan alcanza tal volumen que incluso lo oigo yo al coincidir –fugazmente– conmigo. Les mentiría si les dijera que me dan pena, porque lo que me dan son ganas de arrearles un pescozón al pasar para ver si despiertan de ese miedo al silencio, a recrearse con su propio latido, o esa música que brota del alma cuando le dejamos el espacio necesario para ello. Recuerden a un tal L. van Beethoven: prácticamente sordo total compuso las magníficas sinfonías tercera –la Heroica–, cuarta, quinta, sexta –la Pastoral–… Sordo, sí, pero sordo para el mundo, no para todas esas composiciones que bullían en su cabeza y que él sabía escuchar incluso cuando dormía.

Por cierto, hablando de habilidades del sueño: me mosquea un anuncio referente a un método revolucionario –y ‘garantizado’– para aprender inglés mientras se duerme y ¡en solo dos semanas, oye! ¡Vamos, anda! ¿Cuándo se va a reconocer la cultura del esfuerzo? Vale que nuestro subconsciente siga oyendo mientras que nosotros dejamos de oír y que almacene algunos conocimientos, pero como no se hinquen los codos y se practique… el oído hará su función, y el subconsciente la suya, pero yo no las tengo todas conmigo de que al levantarme esté pensando en un breakfast en lugar de en un desayuno. Yo creo que para dormir nada mejor que beber las palabras de las voces amadas –me pregunto si habrá alguien que pueda recordar las nanas que le cantaban de bebé para dormirlo–, los mensajes cálidos y los susurros amorosos venidos de quienes son importantes para nosotros; incluso el llanto de nuestros hijos que nos confirma que están cerca, a salvo bajo el cielo protector de nuestro hogar.

Dicen que, con el paso de los años, se van perdiendo algunas facultades sensoriales. La vista y el oído son los sentidos que más se deterioran –la vista lo puedo entender porque los ojos se achican, van perdiendo brillo y hasta se esconden tras una catarata de cansancio, pero el oído… ¡manda narices que vayamos quedándonos sordos cuando cada vez se tienen las orejas más grandes! Aunque yo conozco a más de uno que se aprovecha de esa situación para oír solo lo que le interesa y ver únicamente lo que quiere ver. A fin de cuentas, quienes disponemos de la infinita suerte de poder oír nos pasamos media vida alardeando de que lo que no nos interesa nos entra por un oído y nos sale por el otro.

Perder capacidad auditiva puede significar una catástrofe, es verdad; imagino que ha de ser como quedar perdido, abandonado y desorientado en mitad de un espacio hostil. Sobre todo, porque al principio te rebelas y pides que te lo repitan todo, pero llega un momento en el que aceptas esas limitaciones, te rindes y te haces –y te hacen– a un lado. Pero no es menos cierto que grandes logros en la historia lo han sido porque quienes los llevaron a cabo fueron tan afortunados de desoír que aquello que emprendían era imposible.

oído

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