Teléfonos por piedras
A raíz del suicidio de Verónica, la trabajadora de Iveco, por la difusión de un vídeo sexual suyo realizado cinco años atrás y con la persona que fue su pareja, me llegó por WhatsApp un cómic en donde se veía a una mujer muerta, lapidada y enterrada entre telefónos móviles mientras un par de ratoncillos comentaban: “Es todo un avance que ahora las lapidaciones se hagan con móviles”.
“Todos somos Verónica” repiten algunas pancartas. Y “no todos reenviamos el archivo” dicen algunos compañeros. Pero no es verdad, nosotros no estamos muertos, no nos han “suicidado”, nuestros hijos no se quedan sin madre, nadie, de momento, nos escupe en la cara la burla y el regocijo de conocer nuestra más íntima intimidad. Y de nada sirven palabras que no se dijeron en el momento preciso, ni acciones que no detuvieron ante el abismo a una mujer que sintió sobre ella toda la vergüenza y la impotencia del mundo.
Las mujeres seguimos sintiendo sobre nuestras carnes una humillación casi imposible de digerir por aquellas mismas cosas que en los hombres producen el reconocimiento del macho. Seguimos siendo un trofeo listo para ser enlodado cuando dejemos de ser de ellos. Siempre es superior el afán de revancha, el despecho de no ser ya amado a cualquier lógica asumible que deje por debajo su ego herido. Lo estamos viendo todos los días en los hombres que asesinan a sus mujeres porque quieren separarse de ellos. Y en este caso ha ocurrido lo mismo aunque la forma de llevarlo a cabo haya tenido variación.
Debe ser que llevamos en los genes la idea del honor mancillado que tratan tan a las claras obras como “A Secreto agravio, secreta venganza”, de Calderón de la Barca. El tema del honor depositado en la entrepierna de la mujer y en la mente enferma del macho que la posee y que, cuando es “ensuciado” o se “imagina” que puede llegar a serlo, solo es posible limpiarlo, lavarlo, con sangre. Desde luego, siempre la de ella. El problema es que, de alguna manera, también eso está latente en la mujer aunque sea de manera diferente. Por qué, si no, la hermana del marido le enseña el vídeo a su hermano… Hecho que, presuntamente, parece ser el punto de inflexión del hundimiento total de la víctima Por qué, si no, no hace sororidad con su cuñada intentando comprender unos hechos que pasaron hace cinco años… Tan libre y “limpia” de todo pecado podía sentirse como para tirar la piedra al corazón del marido… Supongo que tendrá que ser ese gen maldito del honor familiar mancillado. No me gustaría estar en la piel de todos aquellos que pasearon sus risas ante ella, que eran capaces de desplazarse de su puesto de trabajo hasta el de Verónica para asegurar que, efectivamente, se correspondía con la persona del vídeo.
Pensar que el morbo de un grupo de gente lleve hasta el suicidio a una joven madre de familia es demasiado duro de asimilar. Pero, eso sí, nada como la muerte para reclamar explicaciones, rasgarse las vestiduras, hacer concentraciones y poner al día medidas que tendrían que haberse tomado mucho antes. Y lo peor de ese morbo es que ni la muerte lo detiene, sino todo lo contrario: después de saltar la noticia fue, penosa y asquerosamente, el vídeo más buscado en las páginas web de pornografía.
Es cierto que, a veces, abrimos archivos que recibimos de amigos o personas cercanas que no tenemos pajolera idea de lo que contienen y eso no está en nuestras manos, pero sí lo está detenernos y dejar el gatillo de la pistola quieto.
Orantes fue, como muchísimas otras, una mujer maltratada, pero fue la primera que tuvo ovarios para salir en televisión denunciando su larga trayectoria de malos tratos. Y eso le costó la vida: su marido, al día siguiente, la roció de gasolina y le prendió fuego viva. Curiosamente, relataba en la entrevista que en las palizas que le daba su marido en la casa de los padres de él, que era donde vivían, su suegro la defendía mientras que su suegra ¡mujer! decía: “La bese o la pegue no es asunto nuestro”. Fue su muerte tras la denuncia pública la que sacudió conciencias y cambió la forma de mirar el maltrato machista. Probablemente, la muerte de Verónica cambie también la forma de tratar ciertas informaciones sensibles. Triste manera tenemos de aprender lecciones.
El hombre desciende del mono pero, parecer ser, que todavía puede descender más.
Ana Mª Tomás