Asintomáticos de la vida
Me gusta el término ‘asintomático’. Toda esta locura ha sacado de nosotros a la luz, además de bastantes reminiscencias de nuestros ancestros cavernícolas, una serie de palabras que pertenecían a ciertos ámbitos poco o nada explorados. Una de ellas es ‘asintomático’ para colgárselo, como la campanilla a los leprosos de hace siglos, a quienes se sospecha que puedan tener el virus maléfico, aunque no tengan ningún tipo de síntomas, y también a aquellos que, por hache o por be, hayan estado o tenido posibilidad alguna de estar con alguien infectado. Una locura, oigan. Toda mi vida he creído que si no tenía fiebre, ni dolores, ni vomitaba, o me iba por la patilla abajo, era porque estaba sana, pero resulta que ahora me entero de que no. Que de sana, sana… ni con culo de rana, que lo que tenía era pura y dura ‘asintomatología’.
Y esto, qué quieren que les diga… pues que, a pesar del primer ‘tarambazo’ que te pega, te llena de alegría porque puedo extrapolarlo a otras muchas cuestiones de la vida. Durante toda mi infancia me hicieron creer que no era muy lista porque mi interés por los números era tan inversamente proporcional como mi capacidad para la lengua, la literatura, los análisis morfológicos y la poesía. Amaba las palabras, ¡Dios, cómo las amaba y las amo!, pero me resultaban insufribles los cálculos matemáticos en una época en donde los ‘listos’ se medían por la velocidad a la que resolvían multiplicaciones o divisiones. ¿Se imaginan ustedes la alegría que tengo ahora recorriéndome el cuerpo como un relámpago al constatar que jamás fui tonta, sino asintomática de matemáticas?
Ayer mismo me decía una amiga que inflaría a trompazos a todos aquellos ‘asintomáticos’ irresponsables que han estado trabajando a sabiendas de que, no solo podrían desarrollar la enfermedad, sino de que iban propagándola a diestro y siniestro. A ver… Por supuesto que lo que voy a decirles ahora ni es justificación ni mucho menos comprensión de su insensata actitud –que vayan, si no, a explicárselo a la familia del fallecido por el contagio–, tan solo es… intentar situarme y situarlos a ustedes desde la atalaya del posible razonamiento que hayan podido hacerse esos individuos. Sabemos que son obreros del campo, en situaciones muy desfavorecidas y quizá en su pensamiento mágico han contemplado la idea de que no pasaba nada por ir a trabajar, sobre todo si se mantenían con la boca cerrada, porque de decirlo, todos correrían despavoridos para huir de ellos y los largarían con cajas destempladas para sus casas. Que sí, que luego vienen las ayudas, que sí, que tenemos el mejor y más maravilloso sistema sanitario, que sí, que todo iría bien, pero… ¿quién les resuelve los problemas a corto plazo?
A partir de ahora ya no podremos decir que nos tropezamos con hordas maleducadas, sino con asintomáticos de la educación
Vale, acepto que además de asintomáticos de la enfermedad, lo son de la empatía, de la responsabilidad y del civismo. Y que, quizá con eso, nos están obligando a nosotros a serlo de la comprensión y de la misericordia. Lo cual no deja de ser una verdadera desgracia para el ser humano en donde si algo nos salva es el amor por el otro.
En apenas unos meses todo nuestro mundo, el que conocíamos, el que nos proporcionaba un poco de seguridad, se ha volatilizado. Probablemente, todo ese espacio de ficticio confort era también asintomático de la fuerza devastadora que nos sitúa como unos pequeños monstruitos capaz de asolar el planeta y, a la vez, de ser destruidos en cuestión de horas por él.
Esto de ser asintomático tiene mucha tela que cortar. A partir de ahora ya no podremos decir que nos tropezamos con hordas maleducadas, sino con asintomáticos de la educación.
Hay que ver… quién me iba a decir a mí, cuando jugaba de niña con las palabras pensando que estas estaban reservadas para las ‘tontas’, que iban a ser las palabras y no los números quienes me hicieran comprender lo duro que es ser asintomático en tantas cosas de la vida.
Ana Mª Tomás