Borbotear
Durante dos semanas las instalaciones han estado a medio gas. La razón, al parecer, un arreglo que precisaba de una pieza que no se de dónde tenía que venir pero que, entre la guerra de Putin, la falta de contenedores para transporte y el precio del carburante, el repuesto demoraría el pleno rendimiento de la sala de aguas sin poder concretar tiempos. Cada tres días he recibido un correo electrónico informando del estado de la cuestión hasta el último de ayer. Por fin. Así que este domingo, tan radiante y caluroso como el anterior, me moría de ganas de disfrutar de mi absoluta indolencia y vagancia en la “zona de aguas”. He generado un vínculo muy estrecho con el hidromasaje que, cuando encarta y madrugo, me proporciona un medio tan artificial como húmedo en el que, durante media hora, la cabeza me funciona a mil y al salir, con la tiritona que da el cambio de temperaturas entre el dentro y el fuera, olvido las cosas en las que he estado pensando. Sustituye al diván del psiquiatra y es bastante más agradable. En una secuencia de escasos cuarenta minutos, puedo pasar de la felicidad y alegría, a la tristeza más absoluta en función de la película va por libre y no controlo. Pensar según qué provoca esas cosas. Al menos a mí. Sumergida en el agua, con el borboteo por toda compañía, he hecho y deshecho la madeja de la vida. Historias que el agua, hoy un poco más fría y clorada, borra en cuanto pongo el pie en la escalerilla. Por eso, esta mañana, aprovechando que nadie madruga para ir a un spa, he tomado posesión de mi reino y, como aquel que no quiere la cosa, con los auriculares clavados, he acabado cantando por lo bajo:
«Se supone que debía ser fácil
¿Tienes frío?
Pero a veces lo hago un poco difícil.
Perdón
Suerte que tú ríes y no te enfadas
Porque eres más lista y menos egoísta que yo
¿Todavía tienes frío?
Bueno, cierra los ojos un minuto
Que te llevo a un lugar»
Anita Noire