III. EL PALACIO CASTELLANO. Por Francisco Arsis Caerols

III. EL PALACIO CASTELLANO
Julio 1927

-Vamos a ver… ¿me estás diciendo que te has enamorado? ¿tú? -me interrogó Vincent, sin dejar de mostrar en su rostro una absoluta incredulidad.
-Sí, bueno, es decir…
La reacción de mi amigo no hizo sino que comenzase a balbucear como un idiota, al intentar responder a todas sus preguntas.
-¿Y de Alexia? ¿Alexia Carvajal? Pero, hombre de Dios, ¿tú sabes quién es Alexia de verdad?
-Está bien… los dos sabemos que pertenece a la aristocracia, sí. ¿Y qué? ¿Acaso crees que no podría entrar en su círculo de amistades? ¿Que no tendría ninguna posibilidad de enamorarla?
-¡Por supuesto que no la tendrías! – exclamó Vincent -. ¡Oh, vamos, Manuel! Se coherente, hombre. Si ni siquiera tienes un trabajo decente, y nunca llevas un céntimo encima. Sólo eres un “don nadie”, como yo. Claro que yo, al menos, tengo ocupación…
-De eso precisamente quería hablar contigo, al margen de lo de Alexia. Necesito un trabajo decente, sí, y he pensado que tú podrías proporcionármelo. No… no te lo pedí antes porque pensaba que lo lograría por mí mismo, pero carezco de referencias, y nadie confía en mí porque tampoco nadie me conoce.
-¿Y qué trabajo pensaste que yo podría conseguirte? Fuera del periódico no tengo contacto con ninguna persona que pudiese ayudarte, y…
-¿Y dentro? -inquirí expectante.
-Bueno, no había pensado en eso, sinceramente. No te imagino como periodista, ya que, según dijiste, ni siquiera llegaste a terminar el bachillerato, ¿no es así?
-¿De verdad es tan fundamental el tener esos estudios finalizados? Al fin y al cabo, me quedé en el último curso, así que no veo por qué no podría estar a al altura. Incluso puede que tengas compañeros que, a la hora de la verdad, sirvan menos que yo, aunque cuenten con el bachillerato en sus vitrinas. ¿A que tampoco lo habías pensado?
-Pero, Manuel, no es solo eso. ¿Qué me dices de la experiencia? ¿Acaso has trabajado alguna vez en un periódico?
-Esperaba que tú me dieses la oportunidad, Vincent -dije, con semblante serio.
-La verdad es que nunca imaginé que tuvieses intención de trabajar conmigo – dijo mi amigo sujetándose la barbilla, pensativo. Quizá tengas razón… aunque comprende que, si consigo ponerte a mi servicio, debes dar a entender en la redacción que sabes de qué va el oficio. Cualquier paso en falso, y no podré hacer nada por ti.
-Pero tú podrías ayudarme, y tapar mis defectos, hasta que vaya cogiendo experiencia. Sabes que puedes hacerlo, Vincent.
-¿Acaso pretendes que encima trabaje por ti? ¿Que presente mis propios trabajos como si fueran tuyos? Debes estar loco.
Enseñarle las palmas de mis manos abiertas, mientras me encogía de hombros, era más que suficiente como respuesta a sus preguntas.
-Oye, ya sé que somos grandes amigos, Manuel, pero no puedes pedirme algo así. No sería digno, por no decir que es algo inmoral, porque…
-Vincent, empléame, te lo ruego. No te defraudaré. Lo necesito.
Tras unos instantes de absoluto silencio, mientras me miraba fijamente y con aire pensativo, acabo diciéndome:
-Bien, de acuerdo. Lo haré. Mañana te espero a las ocho en punto en la redacción. Pero no te prometo nada. El redactor – jefe tendrá que darte el visto bueno. Aunque imagino que te empleará si yo se lo pido, dado que supondrá que necesito un ayudante. No obstante, procura ser puntual. Allí no les agrada que los empleados acudan a horas intempestivas, por mucho que aún no seas un trabajador del periódico. Es más, la gente madrugadora les impresiona gratamente, y eso será un punto a tu favor.
-Bueno -comencé a decir, resoplando -espero entonces que la cena no se prolongue demasiado, pues de lo contrario lo tendré un poco difícil para acudir tan temprano…
-¿De qué cena me hablas? – preguntó mi amigo, frunciendo el entrecejo -. ¡Si tú no cenas nunca!
-Verás, Alexia…
-¡Dios mío, no! ¿Qué estás tramando? ¿Le has propuesto cenar contigo? ¿Esta noche?
-No, hombre, tranquilízate – dije, riéndome al ver la cara de circunstancia que ponía -. Ella me ha invitado a una velada que ha organizado, y que contará con la presencia de varios personajes de gran importancia en la alta sociedad madrileña, y aún española.
-¿Y debería tranquilizarme por eso? No veo demasiada diferencia. ¿Pero tú que pintas ahí, amigo mío?
-Vincent, deja de preocuparte. Olvida lo de Alexia. Ella está prometida a un tal Jacques, así que no voy a entrometerme en su vida. Sólo quiero acudir a esa cena, nada más. Después la dejaré en paz. Es más, no entiendo porqué quieres protegerla tanto de mí. ¿Qué es ella para ti?
-No se trata de eso. Es que te conozco bien, y aunque digas que crees haberte enamorado de ella, en el fondo estoy convencido de que es sólo una más entre tantas. Y ella es una buena chica, Manuel. Sé que acabarías haciéndole daño, y su vida ya está encarrilada con ese muchacho del que hablas. Además, nosotros no encajamos ahí, y lo sabes…
-¿Y qué si no encajamos? Mira el lado bueno. ¿Quién te dice que no conozco a alguien importantísimo esta noche, y encima me concede una entrevista? Y si no, dime, ¿qué pensarías si mañana mismo apareciese en tu redacción con una de esas espectaculares noticias?
-Pues que no te creería en absoluto -respondió en tono de burla.
-Bien, tú mófate si quieres. Mañana se verá.
Si algo me gustaba de verdad eran los retos. Yo no sería periodista, pero lo que sí tenía claro era que poseía grandes dotes de seducción. De eso estaba seguro.
-Manuel…
-¿Qué? -gruñí, enfurruñado con mi amigo al no tomarme ni siquiera un poco en serio.
-Dime… ¿piensas acudir así vestido a la cena?
Miré de nuevo a Vincent, que seguía con su cara llena de socarrona expresividad, y avergonzado yo hasta la saciedad, le dije finalmente:
-Vincent… tú no tendrás por casualidad un “frac” para dejarme, ¿verdad?

Un auténtico palacio castellano, de los que podría asegurar existen ya pocos en esta España del siglo XX, se alzaba frente a mí. Parecía increíble, pero en un par de horas más cruzaría su puerta, contemplando los tesoros que sin duda debía guardar en su interior, al margen, como está, de la esplendorosa belleza llamada Alexia Carvajal. Únicamente un extenso muro señorial me separa de sus admirables jardines y su magnánima entrada principal. Sigo observando detenidamente, y con todo detalle, lo que este palacio deja entrever a través de las rejas del muro, y siento como mi corazón comienza a latir con fuerza, más allá de cualquier entendimiento, pero sin dejar de saber a ciencia cierta que, una vez lo haya cruzado, esta sensación se multiplicará por mil, y sólo habrá que pensar, en esos instantes, en disfrutar de tan inigualable momento en la vida de uno. A buen seguro que tendré que dedicar un extenso montón de páginas en este humilde diario, para relatar lo que acontezca esta misma noche. Y por supuesto que lo haré con gusto…


© Francisco Arsis Caerols

Un comentario:

  1. Por fin pude leer los tres capítulos de esta historia, me leí los tres de un tirón, es un relato muy ameno, muy fluido y que engancha. Espero que la continuación no se haga esperar.

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