Diario de un náufrago (IX) —200 Aniversario de la muerte del poeta británico JOHN KEATS—: En el Caffé Greco de vía Condotti. #JohnKeats200aniversario. Por Ángel Silvelo

En el Caffé Greco de vía Condotti.

 

En el Caffé Greco de vía Condotti.

      Severn acostumbra a llevarme al Caffé Greco de Via Condotti. Tiene la gran ventaja de que podemos ir andando, porque apenas se encuentra a doscientos metros de nuestra residencia. En él se dan cita poetas, escritores e intelectuales. Severn siempre me apostilla que Byron y Shelley se pasan por allí cuando están en Roma, pero yo sé que me lo dice para crearme una vaga sensación de proximidad con la creación o con lo que otros han dado en llamar movimiento romántico… «¿Qué significa la palabra poeta? ¿Qué es un poeta? ¿A quién se dirige? ¿Y qué lenguaje se puede esperar de él? Es un hombre que habla a hombres: un hombre, ciertamente, dotado de una sensibilidad más viva, más entusiasmo y ternura, y un alma más comprensiva de lo que se supone que es común entre la humanidad…»

      Sin embargo, la parte más comprensiva de mi alma ya no anhela reencontrarse con los buenos deseos de mi amigo, porque sabe que ahora mismo la llevarían al abismo. Mi yo poético está arrinconado en un cuarto oscuro del que ya no tengo la llave, y mi vida es una sucesión de actos que nada más imploran mi salvación. Soy un náufrago en mitad de la nada. Un ser acurrucado por el miedo en una isla desierta. Un hombre perdido en un lugar en el que no se puede ver el cielo estrellado por la noche ni el sol por el día. Todo es como una niebla continua y constante, muy parecida a la que me recibió cuando llegué a Roma. A veces me veo ocupando el puesto de Dante junto a Virgilio en su descenso hacia los infiernos, en un viaje lento pero seguro hacia la oscuridad. Me distraigo de mis negros presagios mirando a Severn. Disfruta del aroma y del sabor del buen café italiano, y sus ojos me dicen que nosotros no necesitamos excusas. Las paredes de este lugar son una exposición atemporal de diferentes manifestaciones artísticas, y su contemplación me hace regresar al punto de partida que el bueno de Severn me ha propuesto nada más llegar al Caffé Greco. ¿Qué es el Romanticismo?… «El poeta piensa y siente el espíritu de las pasiones de los hombres. ¿Cómo, entonces, puede su lenguaje diferir en ningún grado sustancial del de todos los demás hombres que sienten con viveza y ven con claridad? Podría de­mostrarse que es imposible. Pero, suponiendo que ese no fuera el caso, al poeta se le podría permitir entonces usar un lenguaje peculiar al expresar sus sentimientos para su propia satisfacción, o la de personas como él mismo. Pero los poetas no escriben para poetas solo, sino para los hombres…»

      Nada más terminar de pronunciar estas bellas palabras, a Severn y a mí se nos dibuja una tímida sonrisa en los labios, porque los dos sabemos que más allá de Wordsworth y Coleridge, están Byron y Shelley. Ellos son los que representan mejor que nadie la rebeldía contra la sociedad y la moral que nos ha tocado vivir. Ellos son los que simbolizan en Inglaterra esa ruptura con el racionalismo, la ilustración o el clasicismo más rancio. Su máxima es el no a las reglas, salvo las de los sentidos, que son los verdaderos artífices que transforman la realidad en algo distinto. Esa ruptura y esa exaltación es la que tan denodadamente llevo buscando yo desde hace ya mucho tiempo. En un momento dado de mi vida, me di cuenta de que en el mundo de los sentidos se encontraba la solución a mis obsesiones, porque ellos no poseen la necesidad de pararse ante nada ni ante nadie. A favor de Severn tengo que admitir que la decoración del Caffé Greco me recuerda a esa exaltación con mayúsculas, pues parte de sus estancias están decoradas con paisajes exteriores que, entre intrigantes y bellos, se transforman en el escenario ideal para poner a prueba los límites humanos, a los que por ejemplo Byron o Shelley se enfrentan sin tener miedo a la muerte. Las escenas de ensenadas, bahías o bosques solitarios y perdidos acrecientan en mí esa sensación de incertidumbre y soledad que me reconforta con el encuentro más íntimo con los sentimientos. Son refugios de belleza. Instantes sublimes de encuentro con la naturaleza más pura y sin ambages. Lugares donde las fronteras desaparecen y todo queda abierto al libre juego de la exageración y la extravagancia, como falsos reflejos de la belleza que mis sentimientos y las obras que observo buscan en la verdadera naturaleza. Pienso en las acuarelas de Turner que vi en Londres y que me parecieron lo más próximo a la evanescencia que haya visto jamás. Incluso cuando posa su pincel sobre el lienzo para plasmar las tormentas más tenebrosas, en las que la poderosa fuerza de la naturaleza se muestra implacable con el ser humano, tienen esa cualidad de lo sublime, porque fuera de esa imagen no existe nada. Sus pinturas me incitan a la huida más allá de mis sentidos, del mismo modo que mi yo poético deambula fuera de mí cuando se convierte en pájaro: «¡Lejos, muy lejos! Pues volar hacia ti, / no en el carro de Baco y sus leopardos, / sino en las alas invisibles de la Poesía, / aunque la mente torpe quede atrás, perpleja…»

Extracto de la novela, Los últimos pasos de John Keats, de Ángel Silvelo Gabriel.

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