Dulces. Por María José Moreno

Dulces

 

Dulces.

    Confieso ante todos que soy un borracho.  En mi descargo debo decir que no siempre fue así y aunque no me crean porque eso solemos decir todos los que estamos aquí, la culpa no es mía.

    Mis orígenes se remontan, más o menos, siglo arriba, siglo abajo, a la época en que las legiones romanas atacaban el poblado de Asterix y Obelix, sin que se encuentre referencia alguna a que yo fuera consumidor de ese venenoso líquido que según cuentan perturba la mente, desinhibe las pasiones y saca lo peor de cada uno;  y que el hombre es bien dado a verter tanto directamente en su gaznate como en todo aquello que ingiere, véase salsas, carnes, pescados, dulces…

      Nací con la intención de perdurar. De ahí mi nombre que remarcaba mi doble cocimiento (bis-coctus), de esa manera se aseguraba mi durabilidad como manjar de pobres y ricos en épocas de penurias.

      Mi esponjoso cuerpo, suave mezcla de harina, levadura, mantequilla, clara montada, yema de huevo y azúcar no necesita de ese caldo dulzón y ambarino con el que me riegan, que penetra despacio en cada uno de mis poros hasta los más recónditos lugares. Y sin embargo, lo utilizan. Unas veces me bañan en coñac, otras en ron, con licor de café, de cerezas o con whisky… convirtiéndome en un borracho.

      Sí, señores, soy un bizcocho borracho por arte y gracia del hombre. Sí, señores, soy un engendro más de esa creativa mente humana que busca satisfacer al máximo su sentido del gusto y del que se hizo dependiente, denostando mi fórmula clásica por  esaboría, empalagosa, seca y sin gracia.

      Y aquí me tienen, penando por mis pecados, que no son mis pecados.

    En la actualidad. En esta época que nos ha tocado vivir no estoy bien visto, me señalan, me increpan, me rechazan. Ya no sirvo como desayuno y merienda de niños. Totalmente prohibido en enfermos, que antes se beneficiaban de mi nutritiva composición ante su falta de apetito. Ninguna embarazada me prueba, cuando antes era indispensable en su dieta… Ya no tengo cabida en este mundo postmoderno de vida sana, de gimnasio, de comidas light y, como no, antialcohólico.

      Confieso que soy un borracho y que quiero dejar de serlo. Sólo con su ayuda puedo conseguirlo. Por favor, no me rieguen, no me bañen, no introduzcan en mí ese maldito licor de Baco que embriaga, responsable de muertes y accidentes. Déjenme seco, pastoso, aburrido. Como mucho, échenme algún yogur que lleve bífidus, que no sé lo que es pero dicen que es muy sano. Es la única manera que tengo de sobrevivir, de perdurar por los siglos de los siglos. De dejar esta intolerable adicción.

    Y sin más, ruego me disculpen pero me tengo que marchar. En unos minutos comienza la terapia de Adictos al Azúcar y no puedo faltar, estoy en proceso de convencimiento de las excelencias del edulcorante.

María José Moreno

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