El espejo del alma. Por Carmen Posadas

El espejo del alma

 

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No conozco a Mohamed bin Rashid, emir de Dubái, pero, si la cara es el espejo de alma, la suya da miedo. En estos días, un tribunal de Londres, ciudad en la que su mujer se ha refugiado huyendo de él, decidirá sobre la custodia de los dos hijos que tienen en común. Del Emir se sabe además, que tiene veintitrés hijos con seis esposas diferentes y que hace unos años dos de sus hijas mayores  intentaron escapar de la jaula de oro en la que vivían solo para ser devueltas a la casa paterna sin que desde entonces  se haya sabido nada más de ellas. Mohamed bin Rashid  no parece ser  precisamente un  angelito, y da la impresión  de que  la naturaleza le ha dotado de un físico acorde con su atribuidas hazañas: cejas espesas y torvas, ojos rapaces, nariz en forma de porra, barba azulada y unos mostachos caídos que flanquean unos labios finos y me atrevo a decir que crueles.  Un verdadero  malo de película, por tanto, de esos que, cuando aparecen en pantalla, uno ya imagina sus negras intenciones.  Desde siempre, la literatura, también  el  cine y   la televisión,  nos tienen acostumbrados a que los malos  parezcan  malvados , lo cual resulta muy cómodo para escritores y guionistas pero completamente inútil para alertarnos a la hora de descubrir a los  malos de verdad, esos  que encuentra uno en el día a día. Porque, en la vida real, las personas más malvadas tienen con frecuencia  aspecto  bondadoso,   angelical incluso . Si uno busca en  internet a lista de los criminales más guapos de la historia,  encontrará casos tan notables como el de Scott Peterson (muy parecido a Ben Affleck), condenado a muerte por asesinar  a su mujer y a su hijo nonato. O el de Carlos Eduardo Robledo Puch, un querubín rubio y de ojos azules perteneciente a una familia acomodada, que con solo veinte años ya había matado a diez personas a sangre fría. O el de Ted Bundy, elegante, guapísimo, ejemplar marido y también uno de los mayores asesinos en serie en la historia de los Estados Unidos. La lista es larga y en ella  figuran tanto nombres masculinos como femeninos que en esto de la maldad no hay distingos,  Pero tal vez, el caso más célebre  de todos  sea el de Josef Mengele  responsable de los asesinatos y experimentos médicos más atroces  perpetrados durante la Segunda Guerra Mundial  y al que, por su  apostura, llamaban el  ángel de  la muerte.

¿Alguna vez fue cierto que la cara es el espejo del alma?¿Por qué tendemos a asociar la belleza con el bien y la fealdad con el mal? ¿Es solo una errónea apreciación nuestra?   Si observamos los rostros juveniles de estos y otros personajes malvados, la respuesta parece ser  sí. Sin embargo, resulta interesante observar qué ocurre con las caras de todos estos individuos a medida que envejecen. Tomemos por ejemplo el caso del Ángel de la muerte y  siniestro médico de Auschwitz. En sus fotos de juventud,  su frente aparece  limpia y despejada, sus ojos son mansos  y su sonrisa muestra unos dientes separados que le dan el aspecto de muchacho bueno y quizá algo provinciano. Sin embargo,  en las imágenes que existen  de cuando ya se había unido al ejército, su aspecto  empieza a cambiar.  La frente continúa siendo límpida pero se pliega  de un modo feo en el entrecejo mientras  sus ojos se van convirtiendo en fríos, penetrantes . Solo  sus  dientes separados conservan la candidez de la adolescencia pero, unos años más tarde,  en fotografías posteriores, ese único rasgo redentor se verá modificado. En una cara vieja los dientes separados  confieren a  su dueño el  aspecto de burlona  calavera que, en el caso de  Mengele , él  intenta disimular con un  bigote. No lo consigue,  ese aire de tétrica calavera  se ha apoderado de todos sus rasgos.  Como  se ha apoderado  también  para entonces  de siniestra alma, porque , cuando los malos  son muy jóvenes  tal vez no lo parezcan serlo  pero, a medida que pasan los años, y como decía Cocteau, cada uno  acaba teniendo  la cara que merece. De este modo la guapa tonta – o el guapo tonto  puesto que lo que  voy a enumerar  es cierto tanto para hombres como para mujeres– …el guapo tonto se vuelve solo tonto; el tramposo simpático, solo tramposo; el hipócrita convincente ,solo en hipócrita mientras que el malvado querubín deja al fin ver al ángel caído que siempre ha llevado dentro. Es  solo cuestión de esperar. Tarde o temprano,  ese gran arquitecto  que es el tiempo,  acaba convirtiendo a cada uno en realmente es.

Carmen Posadas

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