El espíritu del olivar.
Vigilo y cuido de un olivar muy antiguo, que si no fuera por mí estaría abandonado. Mi corteza curtida por el viento de la costa ha tallado una expresiva cara que observa atentamente a los visitantes: palomas y loros, humanos sedentarios y deportistas, personajes callados y jóvenes chillones que se parten de risa cuando consiguen marcar un gol en una portería imaginaria.
En mi olivar brillan hojas de plata con forma de lanceta; en verano, la brisa del terral acaricia y azota sin parar las torcidas siluetas de mi pequeño regimiento y levanta nubes de arena. La lluvia -cuando llega- marca profundos surcos y arrastra piedras y pedruscos que transforman en pocas horas el paisaje a mis pies.
Lo tengo todo, solo me faltan manos para abrazar mi bien más apreciado: los olivos de mi bosquecillo, el del espíritu del olivar.
Dorotea Fulde Benke