Cuentos estivales (XLVII)
El Sirio
-¡Ese es más cobarde que el capitán del Sirio! -Dijo el tío Carlos (usando un dicho local) al referirse a uno de los perros del caserío, que cuando llegaba de noche un forastero, se escondía de bajo de la mesa, en vez de avisar.
-¡Pues ya es ser cobarde, ya! -Le replicó su hermano, el tío Saturnino.
Mas, lo que llamó la atención de los críos que les rodeábamos, no fue el perro, que bien conocían, sino el capitán mentado, así que rápidamente llegó la inevitable pregunta: -¿el capitán del qué?
-Del “Sirio” -contestó el tío Carlos. Fue un gran barco de vapor italiano, un transatlántico, que llevaba emigrantes hasta Brasil y Argentina, con una eslora de más de cien metros.
-Entre Cabo de Palos y las Islas Hormigas, en el Mar Mayor -prosiguió-, es peligroso navegar con barcos de mucho calado, pues hay “bajos”; es decir, zonas de muy poca profundidad. A primeros de agosto de 1906, creo que el día cuatro o cinco, el capitán del barco decidió atravesar el pequeño estrecho entre el cabo y las islas y vino a embarrancar en el “bajo de fuera”. Las calderas explotaron y el barco se hundió rápidamente. Y eso que el faro bien avisa de que no es zona de buena navegación.
Los pescadores de Cabo de Palos se hicieron a la mar rápidamente para tratar de salvar los más náufragos posibles. Aún así, se calcula que murieron unas seiscientas personas y se salvaron alrededor de trescientas.
Entre las que se salvaron estaba el capitán que, en cuanto vio el riesgo de hundimiento, arrió uno de los botes salvavidas y dejó el barco a su suerte. Algo que nunca debe hacer un capitán, pues es el responsable y debe organizar la evacuación. Era un cobarde, como este perro. De ahí el dicho.
-¿Y el barco está en el fondo del mar? -preguntó José Antonio.
-Así es, y como es muy largo, la popa está más cerca de la superficie que la proa, que estará a unos ochenta metros de profundidad.
Fue una tremenda tragedia. Además, dicen que el capitán llevaba pasajeros ilegales, a los que cobraba sin que la compañía naviera lo supiera y alojaba en las bodegas. Parece ser que iba a recoger a más emigrantes de ese tipo en Cartagena. Si no, no tiene sentido que navegase tan cercano a la costa. ¡Cuánto sinvergüenza, Dios mío! -Concluyó el tío Carlos, con tono de enfado.
-¡Sinvergüenza y cobarde! -Apostilló el tío Saturnino.
-Ya ves, Cholo: una triste historia sucedida hace ciento catorce años, cuya causa probable fue la ambición corrupta de un capitán sin escrúpulos. También hay hombres cobardes, no sólo perros. -Me ha dicho mi pupilo, no sé si con cierta sorna a modo de indirecta.
Porque yo soy precavido, no timorato. Que bien que gallardeo.
(Continuará).
Gregorio L. Piñero
(Foto del “Sirio”).
Sr. Gregorio, mi felicitación por narrar entre anécdotas este suceso. Lo del Sirio es un caso curioso que desconocía y que también forma parte de nuestra historia.
Un saludo cordial Juan