Cuentos estivales (XXII).
El último bandolero.
El tío Antonio era un verdadero maestro en la artesanía del esparto. Aquella tarde, en que andábamos los zagales algo revueltos –me contó mi pupilo-, nos hizo sentar junto a él y nos enseñó cómo hacer la trenza de esparto, para poder hacer objetos e instrumentos.
La primera dificultad era el saber arrancarlo, para no dañar sus raíces y que todos los años la planta produjera su buena atocha. Luego, se trabajaba con dos tipos de esparto, Cholo: el cocido y el verde o crudo. El primero era el resultado de secar primero en la ladera del monte, tras segarlo y de poner dentro del agua del arroyo o en una balsa los manojos de esparto durante cuarenta días, para luego, una vez bien reblandecido, ser machacado para hacer una fibra aplanada. Era el “picao” y lo hacían tradicionalmente las mujeres. Por último, se hilaba.
Su resistencia, una vez trenzado, es enorme. Se usaba y se usa para hacer capazos, esteras, y hasta los asientos de las sillas de madera. Y a esa labor de trenzado se le llamaba “hacer pleita”.
El crudo se trenzaba de forma semejante, pero era destinado a cuerdas o ramales, que no requerían más elaboración.
-Y, mientras el tío Antonio nos enseñaba a hacer pleita con esparto verde, nos habló del último bandolero.
-¿Vosotros sabéis que por aquí anduvo un famoso bandolero con su gavilla? –Nos preguntó, mientras mantenía la colilla de su cigarrillo de picadura de tabaco sujeto con la comisura del labio que, de vez en cuando, volvía a encender con su encendedor de mecha o chisquero.
-Nooooooo. No lo sabemos, dijimos casi al unísono todos los zagales
-El pasado siglo XIX, fue muy convulso con guerras y enfrentamientos políticos –nos dijo el tío Antonio- dando lugar, junto con asuntos de honor y duelos, a que muchos hombres se echaran al monte y vivieran de asaltar caminos. Como sería que la Guardia civil se creó para vigilar los caminos y acabar con el bandolerismo.
En Pliego, un hombre, que se llamaba Juan Manuel Noguera, se echó al monte por sus ideas liberales y porque –al parecer- mató a otro hombre en disputas políticas. En poco tiempo hizo una banda de cinco o seis personas y se vinieron desde Sierra Espuña a estas tierras de más paso de hombres y mercancías. Parece que se instaló primero por aquí y luego en Moratalla.
Tomó fama de bondadoso pues repartía entre los pobres lo que robaba a los ricos y mercaderes que asaltaba en los caminos cercanos. E incluso, algunos le admiraban. Otros, le temían, pues mató a varios hombres, entre ellos, a uno que se hizo pasar por él en sus fechorías por los caminos por Moratalla.
Y dicen que tenía por herrero al de Coy, porque era ciego y así no podía conocerlo y que le hacía herrar a sus caballos con las herraduras al revés, para aparentar que su marcha era al contrario del sentido que llevaba y así despistar a sus perseguidores.
De este bandolero se enamoró una mujer en cuya casa se refugiaba cuando le era necesario. Era muy celosa. Hasta el punto de que, en una ocasión en la que supo que Juan Manuel y sus hombres estaban en la pedanía caravaqueña de Los Royos (por detrás de esas montañas –explicó señalando hacia el poniente-) porque estaba pasando la noche en la Venta de los Royos con otra mujer, lo delató a la Guardia Civil mientras estaba en ella.
La Guardia Civil se dirigió rápidamente y lo sorprendió en el lugar indicado, enfrentándose y murieron tanto él como otros dos de su cuadrilla, siendo detenidos los otros dos o tres. También falleció un Guardia Civil al que disparó Juan Manuel su trabuco a bocajarro.
Y aún se canta una copla que dice:
«En la Venta de Los Royos/
allí mataron a tres/
al hijo de la Gañana/
al Rizos y a Juan Manuel”
Fue el último bandolero. Cuentan que la mujer que lo delató se volvió loca al ver las consecuencias de su felonía y la encerraron en el manicomio de Murcia.
-Los celos son un sentimiento muy peligroso. –Aseguró el tío Antonio. Ciega a la vista y a la razón. Nunca os dejéis dominar por ellos. –Finalizó.
-¡Ay! ¡Qué triste! ¡Y cuánta razón llevaba el tío Antonio! Los celos son un vil sentimiento, que ha destrozado muchas vidas. Es muchas veces el motivo de las agresiones entre parejas. Hay que huir de ellos. –Ha afirmado mi pupilo, mientras acariciaba, disponiéndonos a dormir. ¡Acuérdate de Otelo!
Y sí. Estoy de acuerdo, la historia es muy triste. Pero encaré la noche imaginado a aquellos bandoleros prerrománticos de las sierras españolas, cabalgando orgullosos por defender a sus ideas liberales, frente al absolutismo dominante y lamentando no tener pulgares para hacer pleita.
(Continuará…)
Gregorio L. Piñero
(Matorrales de esparto. Foto de Región de Murcia digital; y Bandolero, foto de Murcian Canton Memes).