Formalidad. Por Ramitzen

FORMALIDAD

 

 

No sé de qué hablan, los escucho y disimulo una sonrisa en el momento en que presiento, será preciso. Me comentan de parientes que desconozco, me definen sus formas y sus mañas y entran en mis arquetipos. Ceban mate dulce, el agua está tibia y yo detesto eso pero lo estoy soportando por un deseo cercano a la paz.

Cuánta dulzura despliega la hermana de la mujer que me abraza. Ella parece más amable que su hermana y luce sus modales femeninos, en cada ademán, en cada cruce innecesario de piernas; pero no observo demasiado porque los demás están allí. Son cinco los parlantes espectadores, algunos están esperando que me equivoque, otros están esperando algo más de mí o me están viendo pasar; no sé con exactitud cuál es el papel de cada uno, intercambian sus roles constantemente. Yo respondo y trato de seguir la trama a diálogos triviales y me distraigo con el techo, el adorno de la mesa y las imágenes de los cuadros para no aburrirme. Me incomodan sus miradas, pero me relajo cuando se olvidan de mí y se preocupan por las cuentas, las enfermedades, la reparación del techo y los estudios.

La hermana tiene dieciséis años. Se ríe con ojitos de pureza, su piel no ha sido abrazada por calores internos, su inocencia brota de preguntas prácticas y me obedece con demasiada educación. Debo mantener distancia aunque todavía no me le he acercado. De su padre serio, largo y calvo emana una loción maderera que mezclada con el perfume cítrico de la madre se resuelve un agrio aroma. Los dos hermanos están sentados, el más chico, desfachatado, tiene el cabello graso y acné en la frente; el mayor, recién bañado, peinado con fijador, golpea su rodilla izquierda con los dedos de la maño derecha.

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La incomodidad me es asfixiante, deslizo los dedos en el pelo. Registro el celular, me toco la nariz y me acomodo la ropa. Mientras los interrogantes suceden me preguntó si soportar olores incompatibles y custodias exageradas también es parte del amor. Lo hago mientras ellos abren sus ojos y sus bocas. No sé por qué llegue a su casa, no sé por qué acepte esta responsabilidad, no sé hasta dónde llegaré, ni cómo terminara esto, no sé nada del todo. Sólo sé que había soledad…, que el erotismo no quitó los frenos y que su encanto es un don poderoso. Amo a mi novia pero estoy arrepentido de haberme presentado ante su familia y de su familia. ¡Oh, Dios! ¿Hasta dónde aguantará la tolerancia?

Al terminar los mates, se comienzan a levantar y queda la madre; cuando esta se va, viene el padre con un diario en la mano y de tanto en tanto dirige la mirada hacia mí. Después de unas horas de espeso silencio, escucho que cierran las ventanas, y que el padre mientras dobla el diario dice: «hay que ir a dormir».

Entonces sé que debo irme. Ella me acompaña al portón, me da un beso, el primero de la noche, y al despedirme le contesté: «yo también te amo».

 

 

 Ramitzen

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