La bicha. Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XVIII).

Culebra-de-agua Ángel Sánchez Fuentes

La bicha.

       Tanto por la estética de la época, como por higiene, los varones llevaban el pelo muy corto. Especialmente los niños, para evitar en pleno verano a los temibles piojos. Tanto el tío Sebastián, como su hijo Alfonso, manejaban muy bien las tijeras y, sobre todo, la maquinilla manual de barbero, con la que repasaban al “uno”, las cabezas de los vecinos que se acercaban cuando tocaba.

       Solía hacerse en algún domingo por la tarde, mientras los hombres hablaban y comentaban sus faenas y anécdotas y, por supuesto, la sequía. La eterna sequía, que hacía que la fuente de Burete se debilitara, manando un débil hilo agua que se recuperaba temporalmente cuando se producían las tormentas de verano.

       -Y mientras corría un porrón con vino y el botijo de agua fresca (curado con anís), alguno de los mayores, entretenía a los zagales contando alguna historia, como el de la bicha de la balsa. –Me ha dicho mi pupilo.

       -Al arroyo de Burete, a fin de encauzar sus aguas, frenando sus riadas, y hacerlas utilizables para el riego de los huertos de sus riberas, se le había construido ciertos paramentos y, sobre todo con piedra y tierra, una balsa de tamaño respetable. En ella, la vegetación del bosque de ibera mediterráneo abundaba y las cañas proliferaban, entre monda y monda. De modo, que era peligroso el baño, siendo recomendable –que es donde lo tomaban- aguas abajo, en una pequeña poza que formaba un diminuto meandro, que no tendría más de cuarenta centímetros de profundidad.

       Mas –me explicó- para disuadir a los zagales de cualquier tentación de bañarse en la balsa grande, aquella tarde de domingo, mientras nos sentaban para cortarnos el pelo, el tío Antonio nos habló de la gran culebra.

       -¿Habéis visto alguna vez la bicha de la balsa?, les preguntó. La gran culebra.

       Los niños quedaron asombrados y temerosos. -¿Cómo es de grande, tío Antonio? Le preguntó el Juanico.

       -Muy, muy grande -le contestó. Tan grande, que os podría tragar a cualquiera de vosotros. Debe tener lo menos cien años. Una vez que cambió la camisa, se le encontró en las inmediaciones de la balsa. Medía más de cinco metros. Y de esto hace bastantes años. Así que no acercaos a la balsa y menos bañaros en ella. Es muy peligroso. Dicen que se ha tragado borregos enteros, que se acercaron a beber de agua.

       Los niños quedamos verdaderamente impresionados –me comentó mi pupilo- y nos sobrecogimos nada más que al pensar si nos tragase a cualquiera de nosotros.

       -Verás Cholo, a los varios días, pasamos cerca de la balsa, por un promontorio abancalado, desde el que se veía en su totalidad el pequeño embalse. Y uno de nosotros, vio una ondulación en la superficie del agua. -¡Mirad, mirad! ¡la bichaaaaa! ¡La bichaaaaaaaa! Gritó uno.

       Y los demás zagales, asombrados, vieron efectivamente grandes ondas en la superficie de la lámina de agua que, sin duda alguna, sólo una culebra de gran tamaño pudo producir. El miedo se apoderó de ellos, emprendiendo veloz carrera hasta llegar a lugar donde no se viese ya la balsa y se sintieran seguros.

       -¡Hemos visto la bicha! ¡la hemos visto en la balsa! Le dijeron los niños al tío Antonio al regresar al caserío.

       -¡Pues no volváis a la balsa! –le espetó. Es muy peligroso. Y eso hicieron. No volver jamás.

       (Continuará…)

 

 Gregorio L. Piñero 

(Foto: Ángel Sánchez Fuentes).

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