La familia gitana. Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XXIX).

Casa de la Alcantarilla

La familia gitana.

 

       -Aquella tarde, de finales de julio, llegó a acampar en la era una familia gitana, como casi todos los años por las mismas fechas. Eran marchantes de ganado y, además de sus carros y carretas, llevaban una recua de caballerías de todo tipo. -Me ha dicho mi pupilo, mientras me sentaba junto a su pierna.

       Nada más acampar -continuó- el patriarca y uno de sus hijos se llegaron a la casa a saludar al abuelo Gregorio. Él no era el pedáneo, pero, como había sido alcalde de Cehegín años atrás y el patriarca de la familia gitana lo conocía desde antes de la Guerra civil, cuando militaron ambos en la CNT, y mantenían una gran amistad, no reconocía otra autoridad en el lugar, sino la del patriarca Gregorio.

       -¿Sé puede pasar? -Preguntó respetuoso el viejo gitano, a la puerta de la casa que -como siempre- estaba abierta de par en par y sólo una cortina de lona cubría su hueco, para evitar que entrara calor y moscas. -Soy el tío Jeremías con mi José Antonio.

       -Al punto el abuelo Gregorio se levantó e invitó a pasar a la casa a los dos hombres. El tío Jeremías era un gitano, gitano. De tez de oliva lunera, como los de García Lorca, blusón y sombrero negro y de edad indescifrable, pues las marcas del tiempo y del sufrimiento estaban impresas en su cara como marchamos aduaneros.

       Su hijo, José Antonio, tendría unos treinta años. Su padre le puso ese nombre, porque nació un 20 de noviembre, fecha en que fue fusilado el fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera y, el patriarca, quiso homenajearle. Se confesaba falangista, pero antifranquista. Era revolucionario, luchador por la reforma agraria, la nacionalización de la banca y, sobre todo, por la justicia social. Era tan de izquierdas como lo fueron aquellos primeros falangistas de los tiempos fundacionales de Falange Española. Y, en eso, coincidía plenamente con el abuelo Gregorio. No compartían la triste deriva que había tomado el franquismo, que había aprovechado el impulso juvenil falangista, para implantar una dictadura militar ausente de la doctrina original, tras una guerra y postguerra crueles e insufribles. -Me afirma y me asombra mi pupilo.

       -Amigo Jeremías -le dijo a su huésped el abuelo Gregorio- ¿de nuevo por aquí?

       -Aquí estamos, señor Gregorio. Como casi todos los años y venimos a pedirle permiso para pasar dos noches en la era y descansar.

       -Pero ya sabes Jeremías, que ya no soy nadie aquí, debieras hablar con el pedáneo.

       -No, no. Usté es la persona más querida y respetada en todo el lugar. Si usté me autoriza, el “perráneo” no nos dirá nada. Usté es como el patriarca de los de Burete. Y es mi gran amigo, señor Gregorio.

       -Bueno, bueno -le contestó el abuelo mientras le ofrecía el porrón de vino para que refrescaran el gaznate padre e hijo- mañana hablaré con él. No creo que ponga pega alguna. ¿Cómo estáis?

       -Bien, señor Gregorio. Aunque la Remigia pasó este invierno unas fiebres muy malas. Y aquí la mujer de José Antonio, la Frasquitica, ha tenido otro churumbel.

       -¡Enhorabuena! -Le felicitó el abuelo Gregorio.

       Entre tanto, la abuela Lola había ido al corral y tomado una buena gallina, de las de caldo inigualable y se la dio al José Antonio. -Toma -le dijo imperativa- para que celebréis vuestra estancia en Burete y os acordéis de nostros.

       -No podemos aceptar -contestó el tío Jeremías- es mucho esfuerzo ese regalo.

       -Tómela de corazón. Haga el favor. -Insistió la mama Lola.

       -Pues si les parece, mañana noche que es sábado, matamos la gallina y la hace mi Remigia y cenamos todos los de por aquí. Invitamos a todos y hacemos una fiesta por vuestra hospitalidad.

       A la mañana siguiente, el abuelo Gregorio habló con el pedáneo y no hubo problema en la estancia de la familia gitana. Al revés, era buena su presencia por unos días porque, como había terminado la siega y recogidas las mieses y la paja, las acémilas de los gitanos terminaban de limpiar la era. Sólo había que tener cuidado de que no se comiesen las ramas verdes de los almendros cercanos. ¡Ah! Y que no molestaran al tío Salvador ni a su familia, que era la vivienda más cercana.

       Y al atardecer, los vecinos se acercaron al campamento gitano. Cada mujer llevó algo: desde buen pan a mojete de tomate, cebolla, olivicas negras y bacalao. También patatas fritas al montón. Y la Teresa, la mujer de Bartolo, aportó otra gallina más. Así que aquello fue un banquete.

       Tras la cena, las gitanillas se pusieron a bailar mientras sus madres cantaban por tanguillos y alegrías y tocaba la guitarra otro de los hijos del patriarca, el Niceto (que se llamaba así por Alcalá Zamora, presidente que fue de la II República y al que el tío Jeremías también profesó mucha admiración).

       Una de las gitanillas me sacó a bailar y trató de enseñarme su arte -me ha comentado mi pupilo, mientras se humedecían sus ojos- pero, en mi torpeza, no fui capaz de aprender sus pasos. Eso sí, nunca olvidaré sus grandes ojos negros ni su grácil cuerpo bailando con ese duende inigualable. Al terminar, me dio un beso en la mejilla, que me supo a gloria bendita.

       Al filo de las doce de la noche, las familias regresaron a sus casas. Por el camino, el Tián estaba muy contento, porque también había bailado y le habían dado otro beso. También lo estaba yo, sin duda alguna.

       Y al día siguiente, cuando nos desayunamos y sacamos a los gallinos, ya no estaba el campamento. Se habían marchado.

       Se lo comenté al abuelo Gregorio y me dijo: -ellos son así. Libres de ataduras a la tierra. No se quedan más tiempo, porque habrán de ir a otra feria de ganado y después de la fiesta de anoche, hoy al permanecer en el mismo sito, no estarían cómodos. Tienen sus costumbres. Mas son muy buena gente y leales amigos. A las personas no nos diferencia ni las razas, ni las costumbres, ni las ideas, ni las religiones. Sólo nos diferencia el respetar o no a los demás y la bondad y honestidad de cada uno. El ser bueno o no serlo. -Concluyó el abuelo.

       -Son personas muy humildes. Pero mejores que muchos duques y reyes. -Remachó la abuela Lola.

       -Y he de darles toda la razón. Los perros fácilmente distinguimos la bondad humana y…, también la maldad.

       (Continuará…)

(Foto: Cortijo de Los Marianos en la actualidad. Burete, Cehegín- Región de Murcia digital).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *