Cuentos estivales (LV)
La princesa rusa
Tras varios días de acarreo de sacos entre el tío Carlos y el tío Saturnino con el carro y, tras su reposo, la almendra estaba preparada para ser descascarada.
A la sombra de la porchá se disponían un par de garbillos sobre dos troncos y nos disponíamos en su alrededor a quitar la primera cáscara de la almendra o epicarpio. -Me ha dicho mi pupilo.
Al igual que en Burete -continuó- las cáscaras se arrojaban al suelo sobre serones de esparto, que facilitaban su recogida y luego eran usadas para alimentación de las caballerías y otros animales.
Se encontraban en plena faena, cuando mi pupilo (que llevaba el asunto en mente desde hacía bastantes días) preguntó: “¿quién fue la princesa rusa?”.
A los garbillos, además de la chiquillería, estaban las tías Agustina y María, Joaquina, Bienvenida, Remedios, la madrina de mi pupilo, Aurelia y los tíos Carlos y Saturnino. Tras la pregunta, un denso silencio se produjo. Y, como nadie decía “ni pío”, mi pupilo insistió: “¿quién fue la rusa?
Se oyó cómo, entre dientes, la tía María murmuraba preguntándose sobre quién le habría hablado al chiquillo de la “rusa”; y, tomó aire y le explicó:
-El, el de la isla, tras de construir sus dos palacios uno en San Pedro y el insular (éste con una torre menos), era muy amigo de celebrar fiestas y jaranas a las que invitaba a lo más de lo más. A una de ellas asistió una joven bellísima, de tez muy blanca y una cabellera rubia deslumbrante, hija de un matrimonio principesco invitado a pasar unos días en sus posesiones.
-Al verla, el barón quedó prendado de ella, se enamoró con apasionada locura -prosiguió- y no cejó hasta casarse con ella. Mas la princesa no le correspondía y aceptó el matrimonio para salvar económicamente a su familia, que estaba arruinada. Por eso se le llama la “Casa de la Rusa” al palacete del barón aquí en San Pedro.
La Princesa, llena de melancolía y tristeza, cuando estaba en la isla iba al embarcadero a bañarse desnuda, ante el asombro del personal del servicio. Y dice la leyenda que la princesa se introdujo en el Mar Menor dejando que la abrazaran para siempre sus aguas, muriendo ahogada. Algunos maliciosos de la época hicieron correr el falso rumor de que el barón la mandó asesinar por medio de un criado. Pero estaba muy enamorado para que eso pudiese ser verdad y siempre la añoró hasta su muerte, en 1899.
Los pescadores y marineros dicen que, en las noches de plenilunio, se ve a la joven princesa cabalgando por la isla sobre un caballo con destellos de plata, completamente desnuda, con su bella cabellera rubia al viento.
-Los niños, Cholo, nos quedamos muy entristecidos a la par que admirados porque el alma de la rusa siguiese cabalgando por la isla, y aquella noche, muchos, soñamos con largas cabelleras rubias flotando en la semioscuridad de la luna llena.
Y yo, también me dormí con esa imagen tan bella, aunque espectral.
(Continuará).
Gregorio L. Piñero
(Foto: “Casa de la Rusa”. En la actualidad Museo Arqueológico y Etnográfico del Barón de Benifayó, en San Pedro del Pinatar. Región de Murcia digital).