No fue
la declaración
de amor
más hermosa
pero sí
la más original.
Teníamos 13 años
y compartíamos
misa,
hormonas
y convivencias
en un convento
de la sierra de Huelva.
Él estaba sentado
a mi lado
(tan cerca
que casi era pecado).
Nervioso,
tierno y bello,
me susurró al oído:
“juguemos, rubia.
Has de adivinar
la pregunta
que te hará
mi corazón”.
Y, de cada póster
de la pared,
me iba señalando
la sílaba elegida:
“de aquel de allí,
la primera”,
por ejemplo.
La frase final
me cautivó:
¿quieres salir conmigo…?
(ahora se dice mucho más feo).
La parte deslucida
de la historia
es que no recuerdo
mi respuesta.
Y ya me parece
un poco tarde
para preguntárselo.
Yolanda Saénz de Tejada