Desfiladero. Narrativa-Desnovela-1. Por Francisco Garzón Céspedes

Cuando el fuego llega a un desfiladero

 

 

Desfiladero

Desnovela-1

Los años se le precipitaban adentro como cuando el fuego llega a un desfiladero para vuelto ceniza lanzarse al vacío. Él había comenzado a recordar con nitidez lo soñado, algo que nunca le ocurrió antes porque al despertar cada noche constituía, desde el momento de acostarse, una hoja de un blanco transparente hacia la nada. En la adolescencia experimentó por primera vez la sensación de que sus sueños se los arrebataba a propósito, con intencionada malevolencia, un duende interior que lo privaba de aquellas posesiones para su propio disfrute en un espacio remoto e inaccesible de la conciencia. Ni siquiera recordaba nunca las pesadillas que lo devolvían tembloroso a la realidad. La frustración de perder lo grabado sobre cada hoja fue aumentando con el paso del tiempo. Y el duende, agigantándose como si existiera más allá de los espejismos que se inventaba. Por el contrario ahora, en las semanas más próximas, al abrir los ojos abrigaba la certeza con que había percibido los sucesos del último sueño, y un día tras otro conseguía narrar lo acontecido. Se lo relataba en silencio volviendo a ver las imágenes; se lo relataba a sí mismo, a su fantasma interior y hasta a su sombra en un esfuerzo por comprender tramas y entramados que se iban tornando más y más de lo absurdo. Algunas de las tramas las incorporaba a sus anécdotas, en ocasiones como aconteceres soñados, y, en otras, sin pudor, como si las hubiera realizado o hubieran acaecido, enriqueciendo así conversaciones y potenciando atractivos. Hoy despertó cuando era besado en la boca. La sensación del beso resultó tan existente, a la par que suave y profunda, que se le hizo insoportable también por irreal. Al argumento soñado igual lo valoró tan cercano como raro. Y la parte rara le parecía de lo que podría ser soñado en un mundo paralelo por alguien que era él, pero que, desde luego, no era él. Dentro del sueño estaba quién sabe dónde. En una gran ciudad: unas veces una, y otras veces otra, dadas las diferencias en las construcciones y paisajes urbanos, unos cotidianos y otros de la fantasía más demencial. Debía volar de inmediato y con urgencia a algún sitio distante. Y para despedirse fue a visitar a su tía abuela como si ésta viviera después de haber fallecido años antes. A un asilo, ¿o no, y sí a un hospital? ¿O aquella sala estaba situada en un convento? Su tía abuela detestaba los asilos, se resistía a los hospitales y no era católica sino que practicaba el espiritismo. Él anhelaba expresarle lo que la quería, cuánto agradecía sus sacrificios para que él estudiara en la niñez en un colegio privado. Acarició largo rato la anciana cabeza como no hizo mientras ella vivió, musitándole palabras del corazón; y la abrazó tendida en la cama con el voluminoso cuerpo en reposo. Su tía abuela perseveró en cuanto al silencio, ojos de desamparo, rostro enternecido. Y, hasta esta acción, lo cercano en el sueño. Al ver que perdería el avión, él se despidió, y recorrió galerías y jardines interminables, cruzó puertas, vallas y portones, para salir como un huracán a buscar un taxi, y ya en la calle disputó uno a un inglés que cargaba una maleta. ¿Por qué un inglés? ¿Cómo sé la nacionalidad? El inglés retrocedió cuando por una ida al aeropuerto él ofreció cincuenta euros al taxista. Uno que, hasta ese instante, hacía señas al inglés de que se acercara rápido sin preocuparse del exaltado que se aproximaba intentando convertirse en pasajero. Al notar que el taxista decidía llevarlo, y al entrar al coche, él precisó que cincuenta, no, porque era demasiado dinero, pero que treinta euros seguro le pagaba. El taxista, con unos ojos grandes y oscuros, y desplegando una intensidad inusual, lo miró al centro de las pupilas. Él le sostuvo la mirada y todo se inmovilizó por unos segundos. Luego, con una serenidad no acostumbrada en su profesión y más para un joven habituado a la jungla cambiante de las calles, el taxista precisó que le cobraría veinte euros. Él sintió temor: ¿El taxista renuncia a los cincuenta euros? ¿A los treinta? ¿Me ha adivinado el pensamiento cuando concluí que la carrera valdría unos veinticinco euros como mucho? En la imagen siguiente, por lo desatinados que devienen los sueños en incidencias, aunque él había entrado al coche para sentarse en uno de los asientos traseros, en el viaje por la ciudad era transportado en el lugar del copiloto. El taxista estaba vestido con un pantalón corto; pierna y muslo derechos quedaban levantados como si el pie estuviera apoyado en el asiento y no en el suelo o en el acelerador. A él aquello le resultaba extraño y embarazoso. La piel, blanca y de vello rubio del taxista, simulaba tener luz propia en el interior en penumbras del taxi. Su cabello dorado y lacio a veces se agitaba con los frenazos necesarios a un tránsito infernal de camiones, camionetas, autobuses, coches y bicicletas. Numerosas y numerosas bicicletas. Y el rostro, sonrosado y sin barba del taxista, reflejaba las reacciones a las dificultades del trayecto como una pantalla encima de la que se proyectaran expresiones. De pronto el taxista giró la cabeza para mirarlo reprochándole en silencio lo inmediatos que estaban de su muslo musculoso y velludo, un brazo y mano de él. Y él se asombró porque no era su cuerpo quien estaba invadiendo el espacio del taxista sino que, en aquel coche cada vez más reducido, en todo caso resultaba lo contrario. Era él quien se sentía incómodamente invadido. Y, entonces, cuando iba a protestar, el taxista soltó el timón, y, con naturalidad, sin imposición ni apresuramiento, lo besó en la boca. Y al finalizar aquel beso él despertó. ¿Y cómo no? Perplejo. Lleno de preguntas para consigo mismo. Sintiendo sus latidos como si lo que latiera fuera aquella vena azul del muslo del taxista, que no cesaba de recordar poderosa en el manto de blancura de la piel.

 

Francisco Garzón Céspedes

 


Narrativa-Desnovela.

(1) Nota del autor: En mi creación y categorización una desnovela es una novela modular hiperbreve que como posibilidad dialéctica es y no es. Una desnovela es una sugerencia de novela desde un conjunto de hiperbrevedades o brevedades narrativas referidas a un personaje o personajes, a una historia o fragmentos de una historia que son cada narración una unidad total, un sistema y a la vez una unidad interdependiente de otras, parte de un sistema mayor.
Esto, de que como posibilidad dialéctica es y no es, porque es en sí, en lo escrito que narra novelando inusualmente; y porque puede ser mucho más en lo narrado y por su apelación- de sugerencia evocadora en máximos- a sus lectores como participantes activos, unos, tanto, que incluso modificadores, que imaginen creadoramente ampliando, completando y hasta adicionando enlaces posibles o no.
Para todo lo cual una desnovela es o tiende por naturaleza de inicio a ser breve o brevísima como totalidad y desde los textos que la forman, regularmente capítulos modulares que, dispuestos en un orden por el autor es probable que pudieran estar en otro, modificando sensaciones -y más- a compartir y percepciones y hasta los mensajes o el mensaje, de allí que, en efecto, sus módulos o capítulos pueden ser cada uno una historia en sí, cuento hiperbreve independiente -si es así como se desea clasificar-. En este original inédito es una historia de 10,000 palabras compuesta por diez historias de 1,000 exactas palabras cada una -brevedades que deben poder funcionar como unidad independizándose y de allí las reiteraciones argumentales una y otra vez.
Una ‘desnovela’ podría admitir que un lector -preferiblemente dentro de sus marcos-, escribiera sus propios capítulos o transformaciones a los originales; e incluso su autor podría lanzar una convocatoria pública para ello y elegir de lo arribado o nombrar un Comité de reescritura.
Una desnovela potenciando la expectación y la motivación o provocación asumiría probablemente ambivalencias e incógnitas y asumiría llegar a lo enigmático, en sus juegos y rejuegos con lo ético y lo sexual y con lo narrado incierto o mentiroso por sus personajes.

 

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