La buena esposa
¿Quieres un infierno particular?
Enamórate y siéntate a esperar a que ese amor te destruya.
Anita Noire
Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en que las mujeres occidentales hacían enormes renuncias personales y profesionales en nombre del amor y de la familia. La vida era así. Y aunque aquellas mujeres sabían que su destino no dependía de ellas mismas, sino de la voluntad universal de los hombres, se acomodaban a aquella manera de vivir, bien porque así querían hacerlo, bien porque no conocía otra cosa, bien porque la sociedad se lo imponía sin posibilidad de modificar por sí misma el sistema que las había engullido. Las cosas han cambiado mucho desde entonces y nuestros problemas, los de las mujeres, pueden ser otros, pero no los de la falta de libertad para decidir nuestro futuro, no al menos en este parte del globo.
Hace unos días viendo «La buena esposa” de Björn Runge, me vino a la cabeza todo eso, lo destructivo que puede llegar a ser el amor cuando implica una renuncia colosal a ser uno mismo; y el resentimiento que puede nacer de las posiciones desiguales, aun cuando uno cree haberse colocado allí porque precisamente eso era lo que quería.
¿Cuánto tarda en llegar la decepción? ¿Cuánto tarda en llegar el resentimiento y el reproche? Porque el ser humano es cambiante, al igual que las circunstancias en la que cada uno se va encontrando en distintos momentos de su vida.
Cambiamos por fuera y también lo hacemos por dentro. Por eso las entregas incondicionales pocas veces encuentran la reciprocidad que casi siempre espera aquel que entrega. Dejar de ser para que el otro lo sea todo, es una apuesta demasiado grande y con demasiados números para estrellarse. La vida es compleja y la evolución constante nos metamorfosea hasta convertirnos en seres distintos a cada paso que damos. Porque lo que hasta ayer nos parecía suficiente, mañana puede ser el desencadenante de una insatisfacción que sea irrecuperable. Porque acostumbra a pasar que el que entrega, aun cuando diga no esperar nada, lo espera casi todo y entre esa expectativa vital se encuentra el reconocimiento a su entrega con una lealtad inquebrantable que pocas veces puede ofrecer el ser humano porque, precisamente, la vida da demasiadas vueltas y todo, absolutamente todo, está en permanente movimiento.
En estos tiempos es difícil encontrar una buena excusa para que una mujer, en occidente, no sea lo que quiera ser; y puede que por ese motivo las buenas esposas como Joan, ya ni siquiera nos interesen, salvo que nos las encontremos ante una gran pantalla, en una interpretación brutal de una espectacular Glenn Close y nos pongan frente a una realidad que hoy, aquí, se nos hace difícil.
Anita Noire