La soledad del enfermo mental. Por Dorotea Fulde Benke

 la soledad del enfermo mental

 

 Siempre andaba sola, todos teníamos disculpas para no acercarnos a ella. Maricruz era vecina mía, una tiarrona con hombros musculosos y pechos bamboleantes apenas tapados por ropa inadecuada. Tenía un trastorno mental que la inducía al abandono y a la suciedad. Andaba por los pasillos del bloque y por la calle gritando palabrotas y sacudiendo el puño. Era la esposa despreciada de un conocido abogado madrileño y titular de un considerable capital en acciones y bonos de estado. A pesar de ello malvivía en uno de los apartamentos de su propiedad, situado en el centro de Torremolinos, con vistas al mar, costra de huevos estrellados en el techo, mobiliario desgastado e inservible, y puerta siempre abierta por la que nadie osaba entrar.

la soledad del enfermo mental  A principios del mes el cartero le traía grandes sumas de dinero –que en las pesetas de entonces parecían mayores todavía– que gastaba sin ton ni son. Tenía cuenta abierta en los comercios importantes del pueblo; sin embargo a partir del día diez solía hurgar en la basura y   mendigar tabaco de puerta en puerta.

   Dos veces al año recibía la visita de su remilgado hijo de Madrid que la llevaba a un hotel de lujo para hacerla desparasitar, bañar y que le cortaran el pelo. Luego la engañaba con ayuda del portero para que firmase talones y otros documentos.

   Los niños mayores de la urbanización solían asustar a los pequeños enseñándoles detrás del bloque de apartamentos una tapa de piedra algo desviada de su marco. Según ellos, ahí la loca había enterrado a un niño al cual había matado.

   Los adultos nos reíamos de esa historia, pero se nos ponía la carne de gallina cuando se comentaba que la locura de la vecina se agravó a la muerte de su madre que vivía con ella. No avisó a nadie y compartió el apartamento con el cadáver hasta que el olor hizo que los demás  llamaran a la policía. Su propia desaparición fue por el mismo estilo… Murió sola como vivió los quince años que yo la conocía. Descanse en paz, Maricruz.

Dorotea Fulde Benke

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