Murcia: las horas del Malecón. Por Catalina Ortega Díaz

 

Murcia: las horas del Malecón

Murcia: las horas del MalecónUn malecón donde no rompen olas ni amarran barcos ni huele a salitre mezclado con el aroma de las algas y la brea, para una marinera en tierra, como yo, resulta insólito. Sin embargo, aquí está, desde hace cinco siglos, el Malecón de Murcia cual dulce lengua de piedra, lamiendo la Huerta cuajada de limoneros y bordeada de nostálgicos palacetes deshabitados.

Hora del amanecer

Apenas amaneciendo, el Malecón se puebla de deportistas en busca de su dosis de endorfina diaria. Otros personajes se afanan en adecuar su imagen a la Era de Narciso. Jadeantes y sudorosos se esfuerzan en conseguir el cuerpo Danone que les hará triunfar en la vida, ignorando que el Ser reside, triunfante, en la propia Esencia camuflada por el diseño cultural y las expectativas de «los otros». Son seres solitarios, sin «yo propio» no se conocen a ellos mismos ni a su esencia irrepetible; corren sin relacionarse entre ellos. Utilizan auriculares para ignorar su propia realidad.

A esta temprana hora se dan cita, también, los perros de la zona. Curiosamente, ellos sí se relacionan; conocen su naturaleza y obligan a sus dueños a interaccionar. Mi tímido vecino, incapaz de salir del armario, decidió comprar un lujoso perrito, para intentar establecer relaciones con dueños de cánidos con pedigrí, a la altura de su superyó freudiano.

–Yo no paseo al perro, el perro me pasea a mí –me comentó con el rostro eritrobofiado a tope (rojo como la candela).

Horas del ama de casa

A partir de las nueve, cuando ya deportistas, funcionarios, oficinistas  y perros se han marchado a sus monótonos quehaceres, el Malecón comienza a poblarse de amas de casa que arrastran el carrito de la compra, hasta el mercado de Verónicas. La rutina se refleja en sus cansinos pasos y ajados rostros.

Horas del mediodía

Alrededor de las doce, cuando el sol del invierno calienta dulcemente, los habituales del paseo del Malecón son los viejos jubilados que, con pasos achacosos, se reúnen en grupos para hablar, con nostalgia, del pasado y con desdén del presente. A diferencia de las ancianas, cuyo tema preferido es hablar de enfermedades varias y porfiar por poseer una mayor cantidad de achaques:

–¡Puaf, yo tengo *el colestron y los *triciclones por las nubes! –porfía doña Fuensanta, secándose la oleosa transpiración de su amplia frente.

–A mí se me sube l’azuca cuando a mi Patricio le da el ataque *parabólico.

Los ancianos no hablan de enfermedades; sienten pudor e incluso las encubren fanfarroneando de lo fuerte que están y lo mucho que aún «pueden».

A esta hora, los jubilados son mayoría, ya que las ancianas nunca se jubilan y permanecen ordenando la casa, cuidando a los nietos y cocinando para la familia extensa: abuelos, suegros, padres, hijos, nietos… Estiran su humilde pensión para que a los suyos no les falte de nada, afirmando temblorosas que, a ellas, les sobra, ya, todo.

Los domingos, la hora del mediodía, convierte el paseo en un bullicio de familias, que salen de misa de doce, en Santa Catalina o la Catedral. Pasean con sus lujosos hijos, alborotando con juegos y gritos la calma diaria, hasta la hora del aperitivo en la Plaza de las Flores. Huele a perfume de señoronas envueltas en abrigos de piel, anulando el olor de los limoneros que bordean el Paseo del Malecón.

Horas de la melancolía

Las horas de la comida y la siesta son horas de soledad en el Malecón. Sólo deambula, sin rumbo fijo, algún emigrante abandonado a su suerte. Su figura esbelta y negra contrasta con la claridad del paseo. Otros marginados dormitan sobre los bancos o se agrupan para repartir el trozo de pan, el tomate y la lata de sardina que les hará subsistir un día más. Es la hora trágica del Malecón.

Hora de la Luz

La hora más esplendorosa del Malecón coincide con las cinco de la tarde. Es la hora de la Luz. El verde de la Huerta contrasta con el violeta de las lejanas montañas. Al otro extremo, la esbelta torre de la Catedral limita el horizonte. Aromas de tierra, jazmines «la Granja de las Mariposas»… inundan el aire, exaltando los sentidos: Murcia estalla en Sol y aroma de azahares.

Horas del atardecer

A la puesta de sol vuelven los deportistas, los perros y los niños. Terminada la jornada escolar, los chiquillos patinan o juegan al pilla-pilla. También, es la hora de las señoras que, a paso militar, cumplen, como autómatas, las indicaciones de los programas de Atención Primaria, para paliar la obesidad y sus complicaciones.

D. José María MuñozAl final del paseo, donde se levanta la figura de D. José María Muñoz, benefactor del pueblo, tras la riada de Santa Teresa, en 1879, se reúnen unos cuantos gitanos que, entre cerveza y cerveza, cantan y tocan palmas al compás del tres por cuatro. Juro que me tengo que reprimir para no unirme a ellos, bailando por bulerías. El cielo se viste, ya, de azul-violeta, en el ocaso de la tarde murciana.

Horas negras

Entrada la noche, el Malecón se vuelve siniestro. Cobijado por la oscuridad, cientos de seres pululan traficando con drogas y sexo. La prostitución homosexual se asienta en el Paseo. El Ford Fiesta blanco, aparcado junto a la entrada, es el lugar de trabajo del travesti más famoso del lugar.

Pasado el Puente de los Peligros, extendida por toda la orilla del río Segura, es zona de prostitución heterosexual: cientos de prostitutas se alinean, ofreciendo sus servicios a los transeúntes, vigiladas de cerca por sus chulos.

Rueda la Luna. Amanece. Giran las horas sobre el Malecón de Murcia escoltado de estrellas.

*Colesterol.

*Triglicéridos.

* Paranoico.

Catalina Ortega Díaz

Catalina Ortega Diaz

Fracasadora de gran Éxito

2 comentarios:

  1. Que hermoso malecón y que bien descritas sus horas. Y esta tierra que es hermosa y siempre acogedora, como su gente.
    Abrazos Catalina.

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