Piedrita
La piedrita de pirita en la palma de la mano, ese pequeño cubo verdoso refulgiendo bajo la simulada indiferencia de los murciélagos, queriendo desde su mineral corazón escapar de la cháchara inoperante de los geólogos y las exclamaciones aburridamente repetidas de los visitantes de la cueva. Queriendo volver a ocupar su lugar en el puzzle de los lentos procesos que arrugan la corteza terrestre o la expanden y aplanan, que enfrían volcanes y vuelven estúpidas y carroñeras a las gaviotas y agresivas y omnívoras a las jirafas. Aquí no hay oro concluyó el aguerrido guía, siete segundos transcurrieron antes de que burbujearan los comentarios de sorpresa y admiración, cuatro más para que el aplauso entusiasta despertara a los murciélagos produciendo un eco que alteró el diseño de la tela que tejía la araña de barriga amarilla.
Se nos hizo de noche bajando del monte. Ellos reían y planificaban la próxima aventura y en mi mano cerrada palpitaba caliente la piedra de pirita.
Máximo González Granados