Nos desplazamos sobre raíles oxidados que protestan a nuestro paso. Mientras ellos chirrían, nosotros somos derrotados por el silencio. Viajamos aplastados por la rutina, temerosos hasta de mirarnos. Las puertas se abren, y el roce de los rieles que las guían, nos recuerda dónde estamos y cuánto nos queda para llegar.
Abandono el vagón y su soledad colectiva. Avanzo entre pasos anónimos y corazones perdidos, pero algo cambia cuando oigo su voz. Lentamente me despierto del letargo que me invade y avanzo más despacio porque quiero seguir escuchándole. La canción que ha elegido hoy me gusta. Él no es Barry White, pero a mí me lo parece. Sonrío ante la falta de expresividad de aquellos que me acompañan por el interminable pasillo. Por fin le veo, con su bandera inglesa y el rótulo sobre sus colores, trovadores in the tube, pegada a la pared. Me paro a escucharle mientras busco en mis bolsillos unas monedas que dejo sobre el pañuelo que tiene estirado en el suelo. Le hago una señal de OK, y él me sonríe y me da las gracias con la mirada. Sigo mi camino acompañado por el eco de su desgarrada voz, que se difumina victoriosa sobre el silencio que se extiende por los pasillos del suburbano, y que me dice que ya no estoy solo.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel