Una manía como otra cualquiera
Esa obsesión suya por lavarse continuamente las manos ya había llamado la atención de quienes le conocían antes de declararse la pandemia. Su mujer no pensaba que con las consignas transmitidas por las autoridades sanitarias su problema pudiera agravarse, pero fue testigo horrorizada de cómo efectivamente su marido llevaba hasta extremos absolutamente irracionales su vieja manía. A pesar de que hizo lo posible para que usara jabón líquido o productos desinfectantes como el resto de la familia, él le hizo saber con toda firmeza que no cambiaría las pastillas de jabón de toda la vida por ninguna otra cosa. Aquel martes de comienzos de abril, nada más levantarse de la cama corrió al cuarto de baño, abrió el grifo, se mojó las manos y después cogió el jabón. La pastilla resbaló como un pez vivo entre sus dedos, trató de cogerla antes de que cayera al suelo girando bruscamente, con tan mala fortuna que se golpeó la cabeza con el pico del armario metálico situado junto al lavabo. Mientras una nube de tinta negra iba extendiéndose por su cerebro, aún tuvo tiempo antes de morir de pensar que a él ya no le pillaba el coronavirus.
Máximo González Granados