(A)sombros de grey.
Escribo estas líneas en la sala de espera de un aeropuerto. No hay nada que me guste tanto como ser voyeur de la vida de otros; se aprende mucho viendo a la gente cuando cree que no es observada. A mi alrededor veo varias personas con libros. Bravo, me digo, a pesar de las lúgubres opiniones de muchos, lo cierto es que la literatura jamás ha tenido tantos lectores. En números absolutos es un hecho incontestable. Nunca tantas personas han tenido acceso a la educación y a la formación y por tanto a los libros. Las estadísticas dicen también que las mujeres son más lectoras que los hombres y así lo corrobora lo que veo a mi alrededor. Ellos parecen enfrascados en las páginas de sus periódicos, casi todos deportivos, o consultan sus iPads, mientras que ellas prefieren libros. Ahora solo hace falta ver qué leen. Esta voyeur servidora de todos ustedes se da un paseo por la sala con la excusa de servirse un té y observa. Vaya por Dios me lo temía. De cinco lectoras que veo, tres leen el mismo mamotreto, las inefables sombras de Grey. Una de ellas es una chica de escasos diecisiete años con aspecto gótico, la segunda una ejecutiva de treinta y tantos y la última una mujer de mi edad y tan bien recauchutada que ganas me dan de pedirle el teléfono de su cirujano plástico. Un libro que interesa a lectoras tan heterogéneas realmente merece que se lo estudie con detenimiento y, por supuesto yo, que me dedico a esto, no podía dejar de leerlo para tener opinión. No los tres tomos, vive Dios, pero sí el primero, y con gran asombro. Como probablemente sepan, trata de las aventuras eróticas de una chica más bien feúcha que conoce a millonario guapííísimo, riquííísimo, jovencííísimo con avión privado y cochazo a la puerta. Él es adorable y encantador pero tiene un oscuro secreto, un episodio en la infancia lo ha convertido un adicto al BDSM. Como probablemente sepan también gracias al exitazo del libro, D significa dominación y disciplina, S sumisión y sadismo y M, masoquismo, mientras que la B inicial viene de bonding que en inglés significa atar, esposar. Por lo visto, uno de los ganchos del libro, lo que mantiene a las lectoras pegadas a sus cerca de mil quinientas páginas, es averiguar en qué consiste ese antiguo trauma que ha convertido a Grey en adicto a prácticas sexuales tan particulares. Dejando a un lado la calidad literaria del libro –la señora E.L. James no es precisamente el Marqués de Sade, ni siquiera, para que se hagan una idea, Almudena Grandes ni mucho menos Anaïs Nin– la lectura de su obra me he descubierto que yo debo de ser una mujer rarísima. Y es que, por más que me estrujo las meninges, no llego a comprender que más de sesenta millones de lectores, casi todos del sexo femenino, hayan enloquecido con esta saga que ya ha creado un nuevo género literario, lo llaman “porno para mamás”. Dicen las rendidas que Grey es uno de los personajes más fascinantes que ha creado la literatura y que ellas darían cualquier cosa por encontrar en la vida real un hombre así, tan romántico, tan detallista, todo un caballero. ¿Todo un caballero? –me asombro yo una vez más–, porque el tal Grey ya por la página setenta le propone a la protagonista firmar un contrato por el que a) él pasa a ser el amo y ella la esclava; b) cada vez que él entre en la habitación ella lo recibirá desnuda y de rodillas y c) ella se compromete a hacer todo lo que el amo mande, no solo desde el punto de vista sexual, sino también vestir como a él le gusta y comer lo que le ordene. Y por fin, en la última cláusula el contrato especifica que “El amo puede disciplinar a la sumisa cuanto sea necesario, azotar, zurrar con latigazos y castigos físicos si lo considera oportuno por placer, por motivos de disciplina o por cualquier otra razón que no está obligado a exponer en este contrato”.
“No entiendes nada” –me dicen las fans de la saga a las que he consultado–, “se trata de un juego entre adultos. En realidad, toda la parte sadomaso es lo menos importante del libro. Lo fundamental en esta historia es que él es super romántico y siempre está pendiente de su chica, le regala un coche, le compra ropa carísima, y la lleva a conocer a su familia, que es gente estupenda. Además, tú eres una antigua, las fantasías sexuales son eso, fantasías, no tienen nada que ver con la vida real, funcionan en otro plano”.
Es posible que yo sea una antigua y entienda muy poco. Es posible que, en efecto, no signifique nada que, después de años de luchar por conseguir nuestro espacio en un mundo de hombres, después de pelear porque se nos considere dueñas de nuestro destino y también de nuestros cuerpos, después de rebelarnos contra el dominio del otro sexo y de dejar muy claro que nadie manda sobre nosotras hasta el punto de que algunas incluso llaman machista a un hombre por el simple hecho de que les dedique un piropo o les abra la puerta el coche, después de todo esto, digo, va y resulta que ahora mujeres del mundo entero suspiran y adoran al “amo” Grey.
Personalmente, lo único que me consuela después de lo dicho es que no soy la única y ni siquiera la más (a)sombrada.
Cuando se le pregunta a la propia E. L. James cómo concibió su obra, primero explica que empezó a escribir su famosa trilogía en internet en una página de fans de la serie Crepúsculo para volcar en ella todas sus fantasías más locas bajo un pseudónimo. Luego, cuando le preguntan cuál cree que es clave de su éxito urbi et orbi, se encoje de hombros y pone una cara aún más sorprendida que la mía: “Ni idea –dice–. Si quieren saber la verdad, no entiendo nada de nada…”.
Carmen Posadas
Estoy de acuerdo con usted en todo lo que dice. Es más, hasta siendo varón, me siento agredido por esa forma de entender las relaciones. En realidad, la tripleta de ladrillos no es que guste tanto… ¿Usted sabe lo que es capaz de arrastrar una moda? ¿No ha visto usted por la calle a cientos de ciudadanos y ciudadanas vistiendo una prenda que le cae como un tiro solo porque está de moda? Y qué hábiles los señores del «marquetín»; esta vez cayeron en el momento justo con el producto adecuado. Vista de linces.
No sé si es políticamente correcto; pero, con el último párrafo, en el que se comenta que la misma autora no entiende su éxito, me he acordado de una de las más famosas fábulas de Iriarte.
El burro flautista
Esta fablilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.
Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.
Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.
Acercóse a olerla
el dicho animal
y dio un resoplido
por casualidad.
En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.
«¡Oh!», dijo el borrico,
«¡Qué bien sé tocar!
¡Y dirán que es mala
la música asnal!»
Sin reglas del arte
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.
(Moderadores, no seais muy duros conmigo.)