España indestructible
El nacionalismo y la izquierda andan por ahí poniendo en entredicho nuestra democracia y nuestro sistema judicial, cuando España es posiblemente el país más garantista de Europa en este sentido, sí no del mundo entero, y he ahí donde radica nuestro problema actual y estructural.
Los enemigos naturales de España, los de dentro, la izquierda y el separatismo, aquellos que llevan casi 150 años impidiéndonos progresar, aprovechan está circunstancia para atacarnos. Es por eso y no por otra cosa por lo que, tras cada intento de avanzar, véanse por ejemplo las dos repúblicas, hemos caído en dictaduras y nuestros dictadores murieron es sus respectivas camas. En su subconsciente, el pueblo español sabe que está continuamente acechado por ellos y para subsistir se allana y adapta a las dictaduras como a un clavo ardiendo.
A finales del siglo XIX España había sobrevivido a la ocupación napoleónica, a las guerras carlistas, a la caída de la monarquía, a una República, a las guerras cantonales, a la restauración de la monarquía, al asesinato de dos presidentes de gobierno, Prim y Cánovas del Castillo, y nos enfrentábamos a los Estados Unidos en las Guerras de Cuba y Filipinas. Ahí es nada. Lo que nos trajo el siglo XX se lo voy a ahorrar para no hacerles llorar, que no es mi propósito. Pero sí que debo felicitarnos por seguir sobreviviendo.
Los españoles vivimos en un permanente día de la marmota. Tras cada dictadura, estos enemigos de los que hablo esgrimen la falta de derechos civiles con toda la razón, sin embargo, apenas los conseguimos y empezamos de nuevo ellos mismos los pisotean; unos, los separatistas, para quedarse con la parte del pastel nacional que ellos se arrogan unilateralmente, los otros, la izquierda, para conseguir el poder y sentar las bases del autoritarismo bolchevique decimonónico hasta el punto de provocar la siguiente revuelta reaccionaria. El análisis es simple, pero trágicamente certero.
El separatismo vasco y catalán y la izquierda irresponsable que le hace el caldo gordo negando nuestra historia, nos ha puesto en cabeza de los países con más guerras civiles del orbe, lo que nos ha causado más retraso social y económico que las dos guerras mundiales a nuestros vecinos europeos. No en vano una guerra civil divide a los ciudadanos y da origen a un odio que se transmite de generación en generación. Recuerdo ahora una frase que se atribuye a Unamuno en la que decía que las guerras civiles terminaban 100 años después del último tiro. De la última aún no ha pasado ese tiempo y tengo que decir, muy tristemente, que ya empezamos a vivir los prolegómenos de otra, que si no se ha producido ya es porque en algo hemos mejorado durante estos cuarenta años de paz, los más largos de los últimos siglos. Pero no podemos negar la rabia contenida de nuestros enemigos durante las últimas décadas que no soportan ni que estemos en Europa ni que seamos un país con cierto peso específico en el mundo ni que nuestra democracia esté reconocida en el occidente ni que todo ello lo hayamos conseguido contra su voluntad. Y no pienso esconderme, hablo del separatismo vasco y catalán y de la izquierda; la extrema que nos odia hasta el punto de odiarse a sí misma, y de la moderada, que aún anda preguntándose si España es un Estado o es una entelequia de Franco.
Si se preguntan a qué se deben estos malos augurios míos lo van a saber en seguida.
Hoy domingo, 28 de enero de 2018, desayuno con la noticia de que dos juezas de Barcelona denegaron autorizar a la Brigada Provincial de Información de Barcelona, de la Jefatura Superior de Policía de Cataluña, la diligencia de entrada y registro en la sede de la ANC cuando intentaban localizar material relacionado con los actos preparatorios del referéndum (1-O) para su incautación. Y me pregunto desolado ¿Qué se hace contra un juez que obstruye la justicia? ¿Qué salida le queda a una nación, la española, y a un Estado, el español, cuando sus propias autoridades se vuelven contra ella?
Estamos asistiendo a un auténtico Golpe de Estado, aunque perpetrado de la forma más sutil de todas las intentadas hasta ahora. No obstante, algo me queda claro ¿Por qué querían estos sinvergüenzas separatistas un tribunal supremo propio previsto en el famoso Estatut d’Autonomia de Catalunya de 2006? Para mangonearlo a su antojo, de espalda a cualquier otro tribunal, precisamente para hacer aquello de lo que ahora acusan infundadamente al Estado español por toda Europa.
Ya antes, gracias al ínclito Aznar, consiguieron su policía política, tan subordinada al separatismo que se queda impunemente de brazos caídos ante las ilegalidades de los golpistas. Una policía que hubiera sido mucho más segura para sus fines si, como he apuntado antes, hubieran conseguido sus propios jueces y fiscales.
El supremacismo es peligroso, no les quepa duda. Ahí tienen al presidente del Parlamento, Roger Torrent, asustado por la presencia de la Policía Nacional en el Parque de la Ciudadela ¿A quién, si no a alguien que está conspirando, le puede preocupar la proximidad de las fuerzas de seguridad del Estado? Pues a alguien que según sus propias palabras necesita un Estado propio para fusilar a todos los xarnegos después.
Siento todo lo que está ocurriendo por las víctimas inocentes del separatismo, los propios catalanes no separatistas y los miembros de los mossos que realizan su trabajo honestamente. Pero quién en verdad me duelen son los niños a los que una patulea de profesores, que no se merecen serlo, les están inculcando impunemente el derecho a la educación. Los gobiernos de la Generalitat de los últimos 30 años debieran ir a la cárcel por ello, por no respetar los derechos fundamentales de sus víctimas, la educación lo es.
Antonio Marchal-Sabater