Carta de la sed que no he saciado
Mujer: dirás que yo jamás te tuve,
que no te amé, que no jugué en tu boca,
que no dejaste a la pasión que sube
derramarse en tus piernas como nube
que se poner a llover sobre la roca.
Que mi oro blanco no llegó a tu sombra,
que hasta tu monte no bajó mi lengua,
no hay en tu piel recuerdo que me nombra
porque no desmayé sobre la alfombra
ni un parco beso que nació con mengua.
Y que nunca mordí tu carne viva,
que no olfateé el ondear de tu cabello,
que tu vientre no unté con mi saliva
ni dibujé tu espalda rediviva
y que en tu pubis no encendí tu vello.
Es verdad: no fui tu carcelero,
tu cuerpo blanco no vibró en mi mano,
en tu cintura no dejé aguacero
que le calme la sed a tu venero
hasta aliviarle el fuego del verano.
Pero tu carne ardiente, enamorada
que me negaste en tan amarga hora,
sigue siendo en mi pecho la alborada
que encendida de flor y miel dorada
mi corazón con su latir devora.
Porque así como el mar busca la piedra
en su fatal esfuerzo por la arena,
con cada intento siente que su medra
lo llevará a poblar de pura hiedra
la muda roca que desea con pena.
Porque dichoso aquel que no ha obtenido
aquello que con ansias ha deseado,
que aunque parezca al mundo un desvalido
no sólo es hombre aquél que ha cometido:
también es hombre el tonto que ha soñado.
Marcelo Galliano