Dejé que te fueras
Dejé que te fueras, no vale extrañarte.
Era una gris tarde, muy gris… y llovía.
Tomaste el abrigo, ¡te ibas a otra parte!,
di vuelta la cara para no mirarte,
para no morirme de melancolía.
Resonó la puerta seca tras tu paso
y entró un aire triste con sabor a olvido,
y entonces ahí supe que el terrible ocaso
iba desmigando pedazo a pedazo
nuestro dulce idilio, que te había perdido.
Ya dije: te fuiste, para qué esperarte,
¡qué gris entre grises la tarde, llovía!
El abrigo en mano… (¡No supe atraparte!),
me tapé la cara para no llorarte,
para no mostrarte cuánto me dolía.
Marcelo Galliano