Cuando era niña,
odiaba el
uniforme del
colegio y,
antes de volver
a casa,
saltaba en los
charcos
para ensuciarlo
(ojo, que lo
hice hasta
los catorce años).
Mi madre
(yo creo que
lo sabía)
me decía
siempre lo mismo:
no te preocupes,
cariño,
que secamos
todo
(braguitas incluidas)
en el brasero.
Por eso hoy,
cuando has vuelto
roto de
trabajar y
con tanta
lluvia en el
cuerpo,
te he susurrado
mientras te
desabrochaba
la camisa blanca:
no te preocupes
cariño,
que lo secamos
todo
(piel incluida).
Yo soy
tu brasero.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección «Tacones de Azúcar»