Y alguno
me dirá
(incluso en silencio)
que este poema es triste.
Aquella casa
era diferente.
Él la había construido
durante dos años
con sueños
agrietados
y locos.
En la mudanza
se llevó todos
aquellos
recuerdos
tiznados
de olvido.
Se trajo,
también,
un puñado
de besos suyos
(con lengua)
escondidos
en el abrigo.
Delirante,
incluyó en la casa
todo lo que a ella
le hubiese gustado
tener.
Plantó,
por ejemplo,
tomates y
suspiros de laurel,
un limonero
enano y
una mata
de pimientos
de vergel.
Por su cumpleaños,
en abril,
le preguntaba
al aire
cuánto tardaría
ella
en volver.
Y se dormía
bocabajo,
agonizando
una respuesta
que nunca
fue.
Sólo despertaba
a golpes
de verdad,
cuando su mujer
le preguntaba
(con gritos y
dolor)
por qué
desde hacía
ya dos años
que
nunca
hacían
el
amor.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azúcar»
Pues sí que es triste…