La llovizna
Estar allí otra vez, en la mañana
de principios de junio,
andando de tu mano
por la gran plaza, en la que cae ahora
una leve llovizna.
Se desplazan solemnes por el cielo
las grandes nubes, y de pronto se abre
aquí y allá algún claro de oro vívido
en la vieja ciudad de las alturas.
Vienen y van las gentes
de sus quehaceres hacia sus asuntos
y no nos ven siquiera.
A nuestro lado indiferentes pasan;
qué saben de prodigios.
Bajo el paraguas gira nuestro mundo,
solamente por ti y por mí habitado.
Estar allí de nuevo,
en la mañana aquella.
Tus labios rojos en el aire gris,
y, entre risas, tus ojos que en lo oscuro
reflejan un relámpago.
Eloy Sánchez Rosillo