No fueron las ciudades,
ni tu lencería de Francia;
mi heroína más letal fue tu boca.
Te echaré
tanto de menos
que me convertiré
en una erosión
infectada,
en un olmo
embalsamado
o en una enfermedad
imparable;
virus letal.
El día que te vayas
de mi cuello y
de mis madrugadas,
de mi bendito
teclado y
de mi teléfono
(con esa,
tu voz,
que me enloquece),
te echaré tanto
de menos
que sembrarás
lo más infame
de mí.
Mendigaré,
como un hambriento,
tus braguitas
blancas y
tus botas
de golfa
de Madrid.
Anda,
mi hembra,
desayúname
de nuevo y
dime
bajito,
mientras hacemos
la cama,
que nunca
te irás
de aquí.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»