
Penélope y Humphry
Yo no llevaba abrigo y sin embargo
hacía mucho frío aquella tarde;
los poemas se helaban en las bocas
de los metros de todas las ciudades,
los barcos se amarraban en los puertos
temiendo naufragar entre glaciares;
vomitaban carámbanos las gárgolas
que culminan las viejas catedrales.
No saltaba la chispa entre los cuerpos,
no calentaba el sol ni los amantes,
tiritaban las tristes chimeneas
frente al motín de leña en los hogares.
Una nevada intensa en los diarios
presagiaba tu gélido mensaje:
“Lo siento, me entretuve, no me esperes.
Te llamaré mañana, ya es muy tarde”.
Y yo quedé tejiendo, como siempre,
tu silueta de sueño en los cristales.
Y encendí el pensamiento de los necios
por no llorar mis ganas de abrazarte.
En la Dos reponían Casablanca
y una neblina gris cubrió mi calle.

Mari Cruz Agüera



Desde el primero al último verso.
Desde la primera sílaba a la última, es una delicia este poema triste y profundo, donde, sin nombrarlo, se instala la pesadilla del amor que no cumple su palabra.
Yo, cuando algo me gusta mucho digo simplemente eso, que me gusta, pero me parecía demasiado poco para dejarlo dicho aquí.
Una delicia.
Justo es entregar una alabanza cuando lo que se lee lo merece tanto como este poema. Muy bueno.
Gracias María Dolores y Manuel, vuestras palabras son la compensación al enorme esfuerzo que supone afrontar cada poema.
Un abrazo.
Mari Cruz Agüera