Querido Pedro,
querido hombre aún niño
que acompaña
todas las verdades
de este mundo
tan mentiroso.
Cada vez que me siento
frente a la chimenea,
de esta casa
con vistas
a mi libertad
y a la montaña,
me acuerdo de ti.
Vives aquí,
en ese cigarrillo
(solo uno)
que me fumo
para celebrarme,
o en esa sonrisa
que me derriba
cuando todo parece
quemarse
y yo pienso:
te lo debo,
primo,
porque prometí
que cada vez
que fuera feliz
pensaría en ti.
Y aquí estoy,
intentando contagiar
de dicha
a la madera
que se calcina
para celebrar
que ambas estamos
vivas
(que también te debo
eso;
que los cabrones
de los porcentajes
apuntaron hacia ti).
Y cada día,
más que nunca,
más que el anterior,
apareces en mis palomitas
frente a la candela,
en el jamón que nunca
aprenderé a cortar como tú,
o en el prima, no pasa nada,
tú sigue así y no les hagas caso…
No te vuelvas
a ir,
por favor.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de azúcar»
Se esconden muchas cosas en tan pocos versos. Un cariño puro e indeleble.
Sí, Elena, sobre todo puro e infinito, como cuando eres niño y utilizas el: para siempre nunca jamás…
Gracias por leerme, gran mujer.