Tú me enseñaste a pecar.
Bendito seas.
Le robaron
una tarde a la vida.
Lo hicieron
con desvergüenza y
canallas,
sabiéndose
triunfadores y
románticamente
obscenos.
Abiertos y sinceros;
totalmente prohibidos.
La tarde
se dejó,
solícita y ardiente,
y ellos
le abrieron
las piernas y
el tiempo;
el verso y
el pelo.
Se arrastraron
amor abajo,
como hacen siempre
cuando chocan
sus huesos
y sus bocas;
incluso
mucho antes
de olerse,
kilómetros y
ríos de piel
separándolos.
Creo que fue ella
la que pidió
también la mañana
(hembra egoísta),
rezando para que
no se le cayera
ese presente
tan futuro
de las ingles.
Le robaron
una tarde a la vida.
No existe nombre
para ello,
salvo el puñal
de su sonrisa
en mi sexo
o el amor
de mi entrega
en su pecho.
Que los dioses
los condenen.
Pero
juntos.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta web en la sección